Un aforismo es “una frase o sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte”. Hipócrates lo utilizó para el diagnóstico de enfermedades y pasó con el tiempo a generalizarse en otras disciplinas científicas o artísticas. El psiquiatra Carlos Castilla del Pino, memorialista y científico, figura relevante de la cultura española, tituló “Aflorismos” a sus pensamientos póstumos, fruto de sus experiencias y estudios. Cosas que “afloraron” de forma inesperada y versan sobre los más diversos tópicos. No tienen desperdicio, pero podría citar como muestra: “La mente no debe dejarse descansar ni en el descanso. Porque descansar no es abdicar del vivir”.
Uno de grandes autores de aforismos del pasado, Samuel Johnson, profetizó en el siglo XVIII: “Tal vez un día el hombre, cansado de preparar, explicar, convencer, llegue a escribir solo aforísticamente”. Hoy, en Twitter, es el campeón de las citas (30 mil seguidores), lo que motivó a una reedición de sus máximas en el Reino Unido. De hecho, el popular vehículo de mensajería pública en el que cada día se vuelcan millones de textos, es la continuación de esa literatura breve, ideal para Internet.
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer dejó una abundante colección de aforismos en su extensa obra filosófica. Epicuro consideraba la filosofía como un fármaco para enfrentar las dolencias existenciales y el pensador prusiano, conocido por ser representante del “pesimismo filosófico”, aconsejaba en una de sus obras más leídas, Aforismos sobre el arte de saber vivir , no intentar ser feliz, ya que la felicidad no es más que un eufemismo por su nombre y una entelequia, es decir un ideal carente de significado y con un valor negativo. Cuando el cuerpo está sano , con excepción de una pequeña herida o un punto doloroso, el bienestar de conjunto desaparece de la conciencia y fijamos la atención en la parte lesionada. A lo que debemos aspirar por lo tanto es a evitar el dolor y el sufrimiento. La idea de que los placeres hacen que seamos felices es ilusoria. “El necio persigue los placeres de la vida: el sabio evita los males”. Schopenhauer, se dice, se anticipó a Freud y a Darwin y en muchos sentidos también a ciertas corrientes actuales de pensamiento y acción política cuando dice que “quien es cruel con los animales no puede ser una buena persona”, o que “ni el mundo es un artilugio ni para nuestro uso ni los animales son un producto de fábrica para nuestra utilidad”.
En nuestros días, otro filósofo alemán, Hans Magnus Enzensberger, ha retomado el género aforístico en una deliciosa obrita. En “Reflexiones del señor Z., o migajas que dejaba caer, recogidas por sus oyentes”, un jubilado estrafalario, su alter ego, convierte los bancos de un parque público en su peculiar aula sofística. Las verdades del señor Z. son contundentes como puños, pero de tan evidentes resultan invisibles. El viejo cita a Lewis Carroll, por quien siente debilidad, en particular por su personaje Alicia. Como Humpty Dumpty , todo el mundo cree que puede decidir lo que significan las palabras: “También entre los matrimonios y los políticos las peleas suelen reducirse a las palabras. Una disputa de este tipo puede alargarse durante años, pero solo contribuye a la vanidad y al entretenimiento, no al conocimiento”. Hay temas peliagudos como los derechos humanos (“si te enzarzas en ellos arriesgas a ser considerado un alborotador, un aguafiestas o un cínico”) que suscriben países como Corea del Norte, Irán, Somalia, Zimbabue, el Congo y Sudán. “La contradicción entre la retórica y la realidad es una burla pura y dura”, concluye el señor Z., especie de Sócrates moderno que gana prosélitos con su espíritu crítico y subversivo hacia las instituciones, la religión, el ateísmo, los totalitarismos, la democracia, el arte, la economía neoliberal, internet y un largo etcétera que despacha con aire bonachón y sin poses revolucionarias. Cuando alguien lo señala como “aforista”, estalla indignado alegando que no es “un repetidor de proverbios de calendario” sino alguien dispuesto a “divertirse, enfadarse y discutir”. “Small is beautiful”, insiste, mientras reparte sus pildoritas para pensar. Las palabras pequeñas suelen ser las más importantes y en eso consiste el encanto de los aforismos.
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