«Yo, en fin
Soy ese espíritu
desconocida esencia,
perfume misterioso,
de que es vaso el poeta”
Gustavo Adolfo Bécquer
No sé cuándo ni porqué se me ocurrió escribir mi primer poema , a los cinco años. A los siete, yo ya presumía de vate y la prensa venía a mi escuela pública a entrevistarme. Me bautizaron como “el niño poeta de Valparaíso” y llegaron a compararme con una niña poetisa francesa de la época llamada Minou Drouet, nacida dos años antes que yo. Tal vez fue la influencia de mi hogar, donde mi padre, poeta, recibía a Neruda y a otros amigos suyos. Una noche de tertulia, el poeta Juvencio Valle escuchó mis versos y le dijo a mi progenitor, maravillado, que merecían ser conocidos.
Eran los años 50 del siglo pasado, y desde entonces hasta hoy he seguido escribiendo esporádicamente, espoleado por cataclismos amorosos y abismos existenciales. No sé si mi poesía merecía ser publicada, lo cierto es que siempre he creído que la poesía está en todas partes, pero mayormente en los poetas. La frase la tomo prestada de un rústico señor que le contestaba a Juan Ramón Jiménez acerca de Dios: “Está en todas partes, pero mayormente en las iglesias”.
EL SER Y LA NADA
Pero, ¿qué es la poesía realmente? Frecuentemente se la define como una formulación de naturaleza estética asociada a las emociones. Del griego “poiesis”, etimológicamente, significa “hacer”, “creación” y es tal vez su clasificación o etiqueta más adecuada. Los helenos distinguían tres tipos de poesía, la lírica (palabras acompañadas de un instrumento, la “lira”), dramática o teatral y la épica o narrativa.
En nuestro tiempo, en que ya no es de obligado cumplimiento el corsé de la métrica y ni siquiera el imperativo de la estética, la poesía, en palabras de un poeta chileno “ es un testimonio heroico y solitario” (Marcelo Rioseco, Revista Litoral , Poesía Contemporánea, 1999). El poeta mejicano Octavio Paz decía que “el poema revela el ser”. También la de una comunidad, un país o una lengua. Un poema que se lee o se relee nos retrotrae a lo que fuimos y constituye una terapia que apoya nuestra vida presente. Pero ha de ser verdadero, escrito desde las entrañas del ser de ese poeta, un ser humano que nos toca, que nos entiende y que entendemos.
Muchos piensan en la poesía como un acto de comunicación, pero es más que eso. Tampoco es conocimiento. Es, como apuntan los dos poetas citados anteriormente, manifestación de existencia. “Algo que brota y se expresa, ahí está” (Francisco Pino). Este poeta vallisoletano, que dirigió en su larga vida hasta nueve revistas de poesía, afirmaba que “la poesía es susto, caminar sobre un alambre dispuesto a caerte, a no ser nadie”. El poeta no juega con palabras, trabaja con la verdad y también con el silencio. Los agujeros de un poema, el espacio vacío entre verso y verso expresa igualmente, sin palabras, calladamente o en sordina.
Para el poeta, la inspiración cae como un rayo repentino cegador. Luego viene el trabajo de darle forma, traduciéndolo, reduciéndolo a cántico. Una vez sobre el papel siente asombro, extrañeza. Alguien o algo que no es él, desconocido, es el verdadero autor.
El poeta, la poesía, no comunican nada. Arde, se consume y cae en un abismo, desaparece en los oídos o la vista. Pero existe en el aparente vacío, se parece a la naturaleza de los átomos.
“YO, EN FIN”
De entre los poetas contemporáneos más celebrados pero también más herméticos, el caso de Paul Celan es ilustrativo. Su obra poética, influida por el no menos críptico Martin Heidegger, está fuera del alcance de lectores educados comunes. Judío rumano, nacionalizado francés, escribió en alemán la mayor parte de ella. Celan comenzó siendo traductor, un oficio que desempeñó hasta su trágico final (se suicidó arrojándose al Sena, en 1970). En esta faceta centró su dedicación en autores como Emily Dickinson y Shakespeare. Pero como poeta, su música no es comunicativa y ha sido un verdadero dolor de cabeza para sus críticos y traductores. Escribe Celan:
“Yo cabalgué a través de la nieve,¿ me oyes?,
Cabalgué a Dios en la distancia-la cercanía, cantaba él.
Era
Nuestra última cabalgata”.
En otro poema, Celan escribe sobre una palabra que cae en el pozo detrás de su frente y sigue creciendo allí. Y compara esa palabra con una flor llamada Siebenstern (“estrella de siete puntas” , en alemán). La lengua germana es para Celan su lengua materna, pero es una lengua muerta, reinventada, que hace propia para revivirla. Su poesía se resiste a ser traducida según los cánones del idioma actual, normativo. Dos generaciones de traductores se han empeñado en volcarla a otros idiomas, especialmente el inglés . No siempre ha sido posible. Pero aun así, Celan es considerado el poeta europeo sobresaliente de las décadas centrales del Siglo XX.
Gustavo Adolfo Bécquer, clásico español, tenido a menudo como lectura de señoritas antiguas, da la clave en sus famosas Rimas:
“¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía…eres tú”.
Un siglo después de su muerte, otro poeta, José Agustín Goytisolo, lo refrendaba con otro verso paródico:
“¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía…soy yo”.
La poesía está en el poeta, es el poeta que la escribe.
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