Los iconoclastas de Bizancio rompían las imágenes para hacer desaparecer su significación, que no era otra que la figura visible de Dios. Las imágenes actuales reflejan mayoritariamente la miseria o la violencia de nuestra condición humana. Pero matamos esas imágenes a fuerza de eliminar su significación y, por lo tanto la banalidad de la vida lo inunda todo. Ya no hay nada que ocultar, o más bien, ya no queda nada por ver.
Georges Moustaki, representante de la chanson ,que fue letrista y amante de la Piaf, es uno de los tantos artistas que se inspiró en la pornografía para cantar sus contradicciones y confirmar el funesto destino de la imagen erótica. En “Pornographie” (1984) dice que el porno, como se le llama en nuestros días, es “filosofía de un mundo que se hastía”. Y agrega que cuando caen las máscaras “la carne es un triste fiasco”.
Según Román Gubern, escritor e historiador estudioso del lenguaje del cómic o la pornografía, ésta surge como tal en la edad moderna, cuando fue descalificada moralmente y perseguida penalmente en razón de ello por las autoridades civiles. Y recuerda en Patologías de la imagen (2004) que en la Barcelona progresista de 1912 hubo un cine que proyectó películas pornográficas con la anuencia de la autoridad, aunque el asunto acabó como el rosario de la aurora debido a que una cupletista que aparecía en ellas les denunció ante el juzgado de guardia alegando que su contrato solo permitía su exhibición en salas del extranjero. El actor que había actuado junto a ella fue procesado y expulsado de la asociación de artistas a la que pertenecía.
Sería largo de detallar y objeto de otro escrito la larga lista de artistas, pintores, actores, escritores, etc. que han pasado por las horcas caudinas acusados de pornógrafos. Recordemos solamente a genios como Henry Miller y Nabokov. Extensa sería también la relación de personalidades, políticos y monarcas que en el pasado coleccionaron material que podía considerarse pornográfico. Es sabido que Alfonso XIII, siguiendo la tradición de sus antepasados que encargaban desnudos para su solaz solitario, mandó rodar material pornográfico con argumentos que el mismo sugería a una productora barcelonesa. En una ocasión, un conocido actor de Hollywood le contó que otro había ido a prisión por provocar la muerte a una joven en una orgía, y el Rey exclamó : “¡Pero si esto podría ocurrirle a cualquiera!”. Y es que el sexo, tan emparentado con la muerte, tiene riesgos evidentes.
En estos tiempos se ha abierto el debate acerca de si la pornografía alienta conductas perversas (violaciones grupales) en los más jóvenes. Feministas, personajes de la política, la justicia o de la educación lo afirman sin más pruebas que su firme voluntad de acabar con la plaga o epidemia de violencia sexual.
Bill Gates dijo que “Internet es la calle comercial más larga del mundo”. Ciertamente, lo que más abunda en ese barrio tan productivo son los escaparates más variados del sexo. En esas avenidas del placer a domicilio se puede encontrar de todo. “Yo me entrego a quien me coge, al mejor postor”, sigue la canción del greco francés Moustaki. ¿Es todo malo en la pornografía? Yo recuerdo aquellos años escolares en los que nosotros, aún púberos, nos pasábamos a manera de samizdat un folletín mecanografiado y apenas legible por la copia carbónica en el que un tal Huguito, dueño de un miembro colosal, hacía de las suyas en un harem de hembras ávidas de posesión genital. La imaginación ponía lo que la pantalla de los medios digitales entrega con hiperrealismo casi documental a nuestros tiernos infantes. El porno es en esencia banal, una sucesión de imágenes casi sin argumento, pura o mejor dicho “impura” fantasía. Diríase un mundo ideal en el que no existen ni reglas menstruales ni morales, ni enfermedades venéreas. Un mundo en el que el deseo corre libre y salvaje, sin trabas de ningún tipo. El sexo puro y duro como una forma más de ebriedad, pero sin resacas culposas.
En el cine clásico, aquel en que el instante erótico del clímax era evitado con metáforas o figuras de estilo curiosas (fuegos en una chimenea, manos que se aferran al lecho, etc.) había vida pero no sexo. En el porno hay sexo, pero no hay vida.
En mis años de estudiante de la vida, en París, en los setentas, entré en un cine X, donde los jubilados tenían acceso rebajado mostrando el carné. En el pasillo que conducía a las letrinas había una fila de prostitutas y prostitutos que ofrecían sus servicios. En los noventas en un cine de Madrid vi lo mismo. Tal vez lo único distinto fue la vibración de algunas butacas con jadeos y gritos que indicaban a un público en plena autosatisfacción en ese inocente refugio masturbatorio.
Loola Pérez, filósofa y sexóloga española, autora de un ensayo titulado Maldita feminista, critica al feminismo hegemónico (el de nuestras políticas, catedráticas y activistas radicales) en su afán de demonizar al porno. Según ella, ha contribuido a democratizar la imagen femenina, mostrando cuerpos diferentes al canon de belleza estándar. También dice que no enseña a violar sino que “ha ampliado las fantasías”. Para ella, “es un producto estético y cultural, que bebe de la libertad creativa”. También señala que es una industria, muy próspera, con trabajadores vulnerables y super explotados. Pero eso es otra historia y no parece preocupar a nadie.
¿Hay porno bueno y porno malo? ¿Ver sexo engendra violencia? ¿Los adolescentes asesinos de EE UU se inspiran en videojuegos y películas violentas?
Los chicos ven porno. Tratar de evitarlo es como tapar el sol con un dedo. O como hacían los iconoclastas, que tampoco consiguieron que la imagen de Dios desapareciera. Hay que enseñar a los muy jóvenes a ver porno de forma crítica, afirma la filósofa Loola Pérez, que se considera feminista “liberal”.
El pensador francés Georges Bataille, uno de los grandes teóricos del erotismo contemporáneo, nos dejó escrito en El Erotismo que “entre todos los problemas, el erotismo es el más misterioso, el más general y el más aislado”, “el problema universal por excelencia”. Puso el trance erótico al nivel de los místicos , o sea “en la cima del espíritu humano”. Si el porno es erotismo o no lo es, que vengan los doctores de la Iglesia, los bizantinos y los antiguos poetas helenos que describían coitos divinos o terrenales con lujo de detalles y nos lo aclaren.
O Moustaki:
“Pornographie, amour, délice, orgie
Démystifie fantasmes et manies
Philosophie d´ un monde qui s´ennuie”.
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