¡QUEL DELICATESSE!
No tiene una clara traducción al castellano. ¿Delicadeza, finura… detalle elegante? Eso, quizá “detalle”, en el sentido de complemento de buen gusto, edulcorante, quizá el colofón o la guinda de un pastel que puede no ser tan dulce como sería de desear. Ese detalle que “hace bonito”, tan francés, tan glamoroso… como, por ejemplo:
Al condenado a muerte se le ofreció una opípara última cena y un impoluto pañuelo para taparse los ojos ante el pelotón de fusilamiento. ¡Quel delicatesse!
El director del banco, después de anunciar al desahuciado que a pesar de entregar su piso en pago de la hipoteca, tendría que seguir abonando la diferencia entre el valor actual de la finca devaluada y el precio original en el momento de la tasación, le dio la mano y unas palmaditas en la espalda, y le dijo con voz compungida. “Lo siento”. ¡Quel delicatesse!
El ministro anunció que iba a modificar la ley del aborto, endureciéndola, porque estimaba que consentir la libertad de aborto es un acto de “violencia de género” contra la mujer. ¡Quel delicatesse!
El inquisidor dio a besar un crucifijo al hereje con la promesa de que, si se arrepentía sinceramente de sus errores teológicos nauseabundos, sería estrangulado antes de proceder a su incineración en la hoguera, con lo que se ahorraría terribles sufrimientos. ¡Quel delicatesse!
El exterior del búnker estaba cubierto con una capa de dos dedos de cemento que ocultaban la débil estructura interior de adobes. El dinero del presupuesto para el cemento armado se lo había embolsado alguien, pero, para compensar, habían colocado a la puerta de la frágil fortaleza un cartel, destinado a los sufridos soldaditos, que decía: “Defenderás esta posición hasta derramar la última gota de tu sangre”. ¡Quel delicatesse!
El jefe invitó a comer y obsequió con un ramo de flores a su empleada para anunciarle a los postres que estaba despedida. ¡Quel delicatesse!
El general, después de la solemne ceremonia fúnebre, entregó a la madre del soldado muerto una banderita y una medalla. ¡Quel delicatesse!
“Entre, por favor” le dijo el carcelero al preso, abriendo la puerta de su celda. ¡Quel delicatesse!
Chu Lin ya llevaba dos años en España y entendía bastante el castellano. Así que, mientras trabajaba sus 16 horas diarias en el taller clandestino instalado en un sótano, escuchaba su pequeño transistor, eso sí, con auriculares, para no molestar a sus doscientos compañeros. Y oía la voz del presidente de Mercadona que respondía a las preguntas de un entrevistador radiofónico al que decía que a los trabajadores españoles, lo que les hacía falta para salir de la crisis era tener la “cultura del esfuerzo” de los chinos. Chu Lin bostezó y apagó el aparato. ¡Quel delicatesse!
El presidente de la Caja de Ahorros le dijo a su secretaria por el interfono: “Rosario, entre usted a recoger el documento en el que aprobamos la venta de nuestra Obra Social para poder superar la quiebra técnica. Ya lo he firmado. En cuanto a la subida de mi pensión vitalicia en 12.000 euros más al mes… la firmaré mañana. Hoy no me apetece, ¿sabe? Me parecería de mal gusto. ¡Quel delicatesse!
El Papa, después de bendecir los cañones que Mussolini mandaba a Abisinia, le dijo a su camarlengo: “Tenemos que celebrar una misa por la conversión al catolicismo de todos los africanos”. ¡Quel delicatesse!
Dios hizo el Universo y lo contempló complacido. “Ahora crearé al ser humano a mi imagen y semejanza”, se dijo. Y construyó el Infierno. ¡Quel delicatesse!
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