Aunque detesto la terminología taurina, lo siento, pero sólo me queda decir en estos momentos que ha llegado el momento de coger el toro por los cuernos y plantear las cosas de forma meridianamente clara. Porque no podemos esperar más y porque una ya está harta de que cualquiera, a estas alturas del siglo XXI, se siga arrogando y ejerciendo su no derecho a hablar por mí, su no derecho a suplantarme, su inexistente derecho a interpretar a su manera las aspiraciones y reclamaciones de las personas trans. Por lo menos, y mientras esté en mi mano, yo no voy a permitir que habléis por mí. Porque una ya es mayor y lo tengo meridianamente claro. Sé quién soy, sé qué es lo que quiero y sé los derechos que reclamo y exijo, esos derechos básicos que aún me faltan para equipararme con los del resto de cualquier ciudadano español no trans, para ponerme a la misma altura de cualquier ciudadano español cisgénero.
Mientras tanto, también he llegado ya al límite de escuchar cada día, en cualquier medio, a cualquier sinvergüenza o demagogo de variada ralea y pelaje que se atreva a soltarme en mis oídos que yo soy un capricho, que soy una moda, una enfermedad y, en los últimos tiempos, incluso de escuchar a un charlatán líder de esa crecida, rancia y sainetesca ultraderecha española, atreverse a llamarme a mí degenerada. Llamarme degenerada a mí y a las personas LGTBI que día a día nos rompemos los cuernos ejerciendo nuestro activismo para conseguir arrancar un mundo mejor para todas nosotras, y también para el resto de la ciudadanía española.
Lo he leído, y lo he vuelto a releer: Hoy, esos dos pretendidos profesores, esos dos pretendidos psicólogos que lo único que ejercen en los últimos tiempos es su sinvergonzonería oportunista al servicio de unas siglas, llamados Marino Pérez y José Errasti (sí, los mismos creadores hace poquito de un sonrojante y malintencionado libelo propagandístico antitrans de encargo titulado Nadie nace en un cuerpo equivocado) han pergeñado y publicado una nueva andanada sobre el tema en una revista profesional de psicología. El artículo (que no pienso reproducir aquí) no es nada del otro mundo, no son más que los mismos y repetitivos conceptos presentados en su libro, aunque aquí teñidos de un lenguaje más “profesional”. No es más que lo ya consabido, el mismo y futil discurso, una vez más: para estos divulgadores del peor y más rancio «feminismo» del odio defendido por el PSOE sigue existiendo la disforia de género, las personas trans seguimos estando enfermas, somos moda y capricho, no existe la infancia trans, la epidemia del “contagio trans”, etc., etc., aparte de que las personas trans no somos más que una «ideología equivocada». O sea, los dogmas de siempre mil veces desacreditados y rebatidos, pero que a estas alturas todavía funcionan porque siguen convenciendo a muchos de quienes los escuchan por primera vez, o a aquéllos que lo único que buscan es ser “convencidos”.
Sí, se atreven a llamarnos ideología justo aquellos que quieren acabar con nuestra existencia en función de su ideología, dañina no sólo contra una parte de la población española, sino contra los derechos de toda ella. Porque intentar vetar a un grupo de seres humanos la propiedad sobre sus propios cuerpos e intentar convencer a cuantos más mejor de que lo que ellos piensan es lo que hay que pensar no es más que ingeniería social digna del tan de actualidad Dr.Goebbels, terrorismo ideológico utilizado como propaganda partidista, el cual les conviene y les es del todo oportuno agitar en estos momentos. Queda claro que nos hayamos ante el más puro acientifismo, actitud esgrimida por dos pretendidos “defensores de la verdad”, en realidad guardianes a sueldo de las más sagradas esencias del dogmatismo más irracional.
Y mientras las personas trans no contraataquemos a este conglomerado fasci-feminista con todas las armas posibles metiendo, aunque sea a martilazos, en la cabeza de toda la sociedad nuestra verdad, esa verdad de que no somos ni más ni menos que seres humanos, no ideologías, les estamos dejando el campo libre a todos nuestros enemigos, y pueden perfectamente llegar a ganar la partida. Y sí, ha llegado el momento de pronunciar la palabra. Porque, nos guste o no, esto es una GUERRA. Las personas trans nos hallamos inmersas en una guerra contra la máquina de la mentira, una guerra de la que depende nuestra propia supervivencia como seres humanos y ciudadanos sujetos de derecho.
En unos momentos muy peligrosos de posible involución como los que estamos viviendo ahora mismo, con la amenaza de una creciente ultraderecha respaldada por los sectores y la maquinaria mediática más poderosos de la sociedad española, los activistas trans no podemos permitirnos ser confundidos con ningún tipo de ideología política, porque no es eso lo que somos. No podemos mimetizarnos con ninguna sigla política, no podemos convertirnos en el brazo de doctrinas o cuerpos dogmáticos que, bajo el disfraz de estar de nuestro lado, lo único que pretenden es utilizarnos para sus fines; y mucho menos podemos ni debemos sacrificar, de ninguna manera, nuestros objetivos, nuestras reclamaciones y nuestras exigencias al programa de un partido político.
Tenemos que hacer examen de conciencia, tenemos que recapitular y reconocer de una vez que el modelo de activismo que las personas trans llevamos realizando en los últimos años ha fallado y debemos empezar a librarnos de nuestras ataduras partidistas e ideológicas que no han hecho más que deformar nuestra imagen a los ojos de la ciudadanía española, aquélla que nos tiene que apoyar, aquélla que aún, a estas alturas, todavía debemos ganarnos para nuestra causa. Debemos revelar nuestra lucha como lo que fue siempre desde un principio: una lucha social por los derechos de una parte de la sociedad. Apelo a todo el mundo que me leéis, ya que lo que está en juego es nada más y nada menos que nuestro futuro, y en esta situación las actitudes ligeras están vedadas.
Basta ya de decir que las personas trans somos un sentimiento, no somos esa porquería con la que se nos utiliza y relega nuestras identidades al evanescente nivel de lo subjetivo. Basta ya de decir que somos un constructo social, la ciencia ha demostrado en los últimos años que en absoluto somos un producto de la educación y el ambiente en el que nos desarrollamos, sino que toda identidad de género, cis y trans, se crea a partir de raíces y condicionantes biológicos, al igual del resto de los factores que conforman la personalidad de todo ser humano, enraizados en nuestra propia constitución biológica (neurológica,genética y hormonal). La educación y el ambiente vienen después y ejercen su acción sólo a partir de esta impronta biológica ya existente.
La identidad de género no es ese constructo que le gustaría a ese feminismo con el que, por otra parte y si queremos conseguir algo y que nuestra lucha llegue a algún sitio, también debemos romper lazos y ataduras, ya que por nuestra propia experiencia queda claro que intentar simbiotizar inútilmente nuestras aspiraciones a la ideología y dogmatismo feminista ha demostrado ser una rémora que nos impide avanzar. La identidad de género de las personas trans es un hecho biológico y debemos asumirlo, nos guste o no. Y también basarnos en él para crear un sujeto político realmente sólido creado a partir de verdades, y no de nebulosidades y evanescencias, o de pretendidas «verdades» que no son las nuestras.
¿Qué pasó con la fallida y mal llamada Ley Trans? Aparte de dejar fuera a la infancia trans, a las personas no binarias y la violencia intragénero, al estar atado su proceso de desarrollo a las veleidades de determinado partido político en su momento de cara mayoría en el Gobierno de España, hemos tenido que consentir la paranoia feminista de que la palabra género haya quedado fuera de este documento legal, creando así una contradicción con las Leyes de las Comunidades Autónomas que sí trataban este tema y lo llamaban por su nombre, unas leyes por otro lado mucho más avanzadas que esta que por ahora rige nuestros destinos a nivel nacional. En el título preliminar de la mal llamada Ley Trans se puede leer «las personas transexuales (en adelante, personas trans)”, dejando fuera con manifiesta intencionalidad a las personas transgénero, una parte de las identidades de género que conforman nuestra realidad y a las que también debería ir dirigida la Ley. Continuando, la misma Ley habla de «identidad sexual y expresión de género», creando un nuevo e interesado conflicto con las demás leyes autonómicas que comentaba antes. Sólo son unos pocos ejemplos de manipulación de una ley, concebida en un principio como un documento que debía tener una indiscutible utilidad, y cuyas palabras se han retorcido para satisfacer a todo el mundo excepto a las personas trans.
Todas estas ambigüedades y resortes con los cuales la judicatura va a poder manipular la aplicación de esta ley a su antojo cuando lo vea conveniente a nivel político e ideológico, se habrían podido evitar si en lugar de basarnos en falsos presupuestos ideológicos y teorías new age, la legislatura que trata nuestros derechos y nuestro bienestar hubiera apostado decididamente desde un principio por basarse en realidades biológicas comprobadas científicamente, en suma, en nuestra realidad biológica.
La misma constitución de esta Ley y su presentación final le da a nuestros enemigos todos los argumentos que necesitan, esos mismos argumentos que se basan en que somos un sentimiento, un capricho, etc. Y ahora somos unos degenerados. Pues bien, a mí no me gusta ni me da la gana que ningún garrulo con tribuna política y mediática me llame a mí degenerada. Imagino que a ninguna otra persona trans os gusta. Y ahora parece que esta gentuza puede quizá llegar al Gobierno de España y puede derogar esta Ley que, aparte de todos sus errores, también regula algunos derechos tales como la despatologización de las personas trans (eliminado el término disforia) y la autodeterminación de género a partir de los 12 años.
Quizá en unos meses esta ley ya no exista, y el problema, más que su derogación, será lo que este hecho significa: la desaparición de la legislatura española de las personas trans, como si nunca hubiéramos existido. Igualito que hizo el PSOE en la misma Ley con la infancia trans, las personas no binarias y la violencia intragénero. Basándose en otros argumentos ideológicos distintos, pero como siempre y una vez más, los intereses políticos y también otros más oscuros, sobreponiéndose a los derechos de las personas de carne y hueso. En resumen, en ese caso volveríamos a la Ley Trans de 2007 y volveríamos a empezar desde cero.
¿Y qué se supone que ante este ataque a nuestra identidad y existencia tendríamos que hacer las personas trans?¿Cómo vamos a responder a este intento de humillación y de aniquilación? Quizá la respuesta sea precisamente el reclamar, elaborar y luchar más que nunca por una legislación sólida a partir de un sujeto político sólido, una ley contra la que nadie pueda utilizar esos argumentos facilones pero efectivos que en la actualidad se utilizan contra nosotras, una ley basada en la verdad objetiva y en las realidades humanas. Porque las ideologías no tienen ningún derecho y los seres humanos los tenemos todos, hay que basar la nueva legislatura en los derechos y aspiraciones básicas de las personas, en los derechos y aspiraciones de la ciudadanía trans.
Nos toca hacer un ejercicio de humildad y replantearnos las bases de la política y el activismo que hemos llevado hasta ahora. Aunque nos cueste, aunque nos duela. El activismo trans debe renacer como un movimiento social, político pero no partidista, fuerte y orgulloso, representante de un grupo social tan antiguo como la misma humanidad de la que forma parte. Un movimiento basado en realidades y no en evanescencias ni en las siempre contraproducentes alianzas con formaciones políticas determinadas que, además de quedar siempre demostrado que no llevan a ningún lado, también nos pueden arrastrar en su caída.
Mientras las personas trans no aceptemos oficialmente y con todas las consecuencias que la constitución de nuestro sujeto político depende de aceptar la realidad de nuestros condicionantes biológicos y dejar de repetir, asimilar y defender esa estúpida y mil veces rebatida teoría new age del constructo social, se nos seguirá tachando de moda, de capricho y de enfermedad. Se nos seguirá sin tomar en serio en los medios y a nivel político, seremos la nada y como la nada se nos va a tratar. Y representantes de la peor sinvergonzonería y del más abierto oportunismo como estos seguirán intentando pontificar e introducir su ideología dañina tratándonos a nosotros de eso, de ideología.
Mientras la condición trans siga siendo tratada desde el punto de vista psicológico y se obvie el biológico estaremos dando alas a cualquiera para decir sobre nosotras toda clase de aberraciones. Hay que volver a la realidad y situar a la psicología en el lugar que le corresponde con respecto a nosotras, el trabajo de apoyo y no la pontificación sobre nuestras identidades.
Quede claro que la psicología no es una ciencia exacta y en ella existen muchas escuelas, a menudo contradictorias. Una de sus vertientes más desviadas y dañinas es la de las terapias de conversión, todos sabemos lo que son. Pero la peor forma de terapia de conversión que existe es la de darnos y hacernos asumir una base identitaria que no es la nuestra, una identidad basada en la mentira y obligarnos a tragar con ella. O nos ponemos las pilas en estos tiempos en los que quizá tengamos que padecer el más abyecto de los fascismos, o perderemos todo el derecho a hablar al no basarnos en unas bases sólidas. Se perderá el concepto de persona trans y perderemos nuestra oportunidad de reclamar y exigir nuestros derechos y una vida digna.
En nuestras manos está.
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