Cien veces fui a escribir, cien veces

procuré desahogar mis emociones

de modesto escritor que os agradece

se le escuche en sus temores e ilusiones.

La tertulia fue el refugio de mis lunes

ante cenas opíparas y vinos,

compañeros poetas y escritores

que animaron a mi pluma en su destino.

Mujeres y hombres, jóvenes y ancianos,

entrañables entusiastas, realistas,

humoristas filosóficos y humanos,

sanitarios y docentes, pensionistas.

Tras de cada escrito, leído con denuedo

por la voz profunda de este vate

se escondía un corazón, un secreto desconsuelo,

una pasión o un cómico dislate.

Y así, la vida me ha premiado en estas noches

en las que lo mejor no es tanto el escribir

como admirar el ingenio del que escribe;

y admirando y escuchando, aprender así a vivir.

Cuatro años en hacer cien trabajos tertulianos

es labor de aguerridos escritores;

cien trabajos que salieron de mis manos

disipando penurias y furores.

Secular, pues, me siento en esta noche,

de redonda cifra digital.

Y proclamo que os quiero hasta el derroche

y os propongo la velada celebrar.

¡Cien trabajos! ¡Cien inventos literarios!

¡Cien festejos de jolgorio intelectual!

Brindemos, pues, por este centenario

con buen vino en sus copas de cristal.

Chin, chin…