Ser calificada como “pensadora” y referente generacional a los 22 años de edad no es moco de pavo. A su haber un poemario, dos novelas  y un ensayo (Después de lo trans) que ha sido un éxito editorial. Si más encima se trata de una activista trans y figura capital de la izquierda “queer” -si se me permite el término- Elizabeth Duval es todo un portento. Salió a la palestra de los medios cuando a los 17 años fue entrevistada por el famoso periodista Fernando González,  Gonzo,  en La Sexta,  para relatar los avatares de su vía crucis como persona transexual. El entonces adolescente,  diagnosticado de disforia de género y que ya había decidido cambiar de género y llamarse Elise, refería el trato “inhumano” sufrido tanto en su centro educativo como en los centros de salud de la Comunidad de Madrid que en aquel entonces trataban este tema espinoso, donde una psicóloga llegó a advertirle con la posibilidad del suicidio si se atrevía a revertir el proceso que contra toda opinión, viento y marea, había decidido emprender. En aquella entrevista, que se puede visitar en You Tube, aparecía también el padre de Elise contando la historia y afirmando que él estaba dispuesto a apoyar a su hijo en la decisión. Al principio, sospechó que éste era homosexual, pero luego  supo que Elise iba más lejos todavía, pero no le importó.

EL FESTIN DE ELIZABETH
Elizabeth Duval, antes Elise, se fue a París a estudiar Filosofía en La Sorbona. El relato de su estancia en esa ciudad lo ha volcado en una especie de diario inclasificable -mitad ficción, mitad realidad- donde ella se desnuda completamente, aunque deja “en coulisse” algunos aspectos de su biografía. No así algunos detalles escabrosos, incluida su medicación periódica para detener el desarrollo hormonal propio de su sexo. Se diría que pese a estar situada la acción de esta “novela-dietario” en el París contemporáneo, el de los “gilets jaunes” en las calles contra Macron y la Francia como civilización start up (en palabras de la autora) su escenario es atemporal. Podría ser el mismo París que vivió Chirbes o el que pude vivir y sufrir yo mismo en mis años de estudiante.  La ciudad fascinante mantiene su hechizo que seduce especialmente a los que amamos la cultura y los ambientes bohemios, en ese escenario grandioso y repleto de grandes monumentos, avenidas trazadas con la escuadra elegante de Haussmann, museos, teatros y cafés. Y también con la “foule” que de tiempo en tiempo asola esas avenidas y barrios con el estandarte de la protesta y la anarquía. La joven estudiante alterna sus clases exámenes universitarios con su participación en las protestas. Aunque no se siente del todo identificada con los chalecos amarillos, que provienen de variados sectores sociales y políticos, cree que por origen de clase le despiertan una cierta solidaridad. La madre de Duval era una “Kelly” que trabajó toda su vida en precario, al eludir sus empleadores la obligación de incluirla en la seguridad social. La relación familiar aparece aquí algo desdibujada. La joven Elizabeth se ha emancipado prematuramente, de la misma manera que lo ha hecho al cambiar de identidad y de género. Su afecto por los suyos se mantiene en una cierta ambivalencia: los ama, pero vive mejor sin ellos y a la distancia.
Todo su afecto se vuelca -como ocurre con la mayoría de los jóvenes de su generación- hacia la camaradería con sus amigos y compañeros.  Con ellos bebe, fuma, hace el amor también, y disfruta de la libertad que le proporciona vivir en la ciudad fetiche de los libertarios que en este mundo han sido.
París se despliega como telón de fondo en el relato donde va desarrollando -entre sesudas reflexiones en el galimatías de su disciplina teórica y largas transcripciones de diálogos guasapeados- su experiencia existencial. El amor, más con mujeres que con varones, la política, en la que cree y descree, y los placeres viciosos a su alcance (tabaco, algunas delicatessen francesas, vino del Lidl) son parte de las páginas de Reina, 160 páginas en la edición de 2020 de Caballo de Troya, que Elizabeth Duval va desgranando en la espuma de los días parisenses.
¿Por qué Reina? La explicación ya viene desde la primera página en la cita de un famoso pensador galo. Y la va desarrollando Duval a lo largo de ese tiempo narrado a una “lectora”, interlocutora femenina, exclusivamente,  porque es la única que piensa que puede establecer una cierta conexión con la autora. “La literatura es siempre lo verosímil, lectora: nunca lo auténtico”. “¿Te das cuenta de la tremenda distancia que pongo entre mí misma y las palabras, mis palabras, las mías?” (Pág. 138, Op.Cit.) Tal vez deja entrever que su compleja personalidad es dominante, egoísta, monstruosa en ocasiones. La Reina de espadas es así: dura, combativa, autoritaria . En la figura de la baraja, un ave cruza el cielo. La Reina está sola, sus pensamientos son obsesivos. Es una mujer independiente, su rectitud y don de mando la alejan de los afectos. Así le ocurre a Elizabeth, la que siempre sabe lo que quiere y desea ser. Egocéntrica y despiadada, una hembra masculina o un varón femenino.
“Tengo miedo de no ser capaz de amar a nadie”. Y hablando de ella en tercera persona (casi siempre) nos revela su atormentada psique : “Se concibe como una persona extraordinaria por sí sola, por lo que no llega a entender qué podría aportarle a otra persona estando con ella. Ni qué podría recibir a cambio. ¿Sexo? Placentero, pero no satisfactorio. ¿Amor? No puede vivir sin cuestionarse que eso exista. La concepción que  tiene Elizabeth de la gente es, en el fondo,  bastante utilitarista. Si pudiera verse desde fuera  y tuviera los suficientes escrúpulos , seguramente aseguraría ser una criatura absolutamente aterradora” . “Elizabeth sería enormemente feliz en la singularidad de sí misma, si pudiera abarcar el mundo, envolverlo entero y ser el mundo la sangre en sus venas  y sus venas el mundo en sí mismo”.(Pág.145. Op.Cit.).
La Reina Duval ataca de nuevo con un libro donde critica a la melancolía “de la izquierda” y señala a la “nostalgia reaccionaria”. Un peso muerto que le impide llegar a ser coherente y unirse para alcanzar el poder. Ese poder que ansía la Reina, de voz ronca y gestos delicados, que aparece en las pantallas como analista política, para indicarnos con sus gráciles manos donde estamos fallando y qué deberíamos hacer.
Ojito con esta monarca que ha venido del frío y del mundo queer. Dará mucho que hablar.