La escritora Rosa Montero (Madrid, 1950), es ampliamente conocida por el público lector de prensa en su faceta de periodista y por su labor como creadora de ficciones, que le ha valido importantes galardones en ambas, tales como el Premio Nacional de Periodismo (1981) y el Premio Nacional de las Letras Españolas (2017), entre otros muchos reconocimientos de la crítica nacional y extranjera. Su extensa obra de narrativa y periodística ha sido traducida a unos veinte idiomas, por lo que se puede decir que es uno de nuestros referentes literarios actuales más importantes.
Durante muchos años, Montero acarició la idea de escribir una obra de no ficción, con detalles autobiográficos y que también fuera una especie de ensayo sobre la creatividad, el genio literario y sus avatares, entre los que están el riesgo de las adicciones (alcohol, sexo, drogas) y las enfermedades mentales, que en algunos casos de la historia de la literatura bien conocidos abocaron a muchas figuras famosas al suicidio. La lista es larga, así es que han de dispensarme de reproducirla aquí in extenso, pero entre ellas destaca la poeta estadounidense Sylvia Plath, a la que Montero dedica gran parte de este libro, por varias razones. Plath se suicidó en 1962, tras ser abandonada por su marido, el poeta Ted Hughes, pero tenía a su haber un buen número de intentos anteriores debido a su tendencia a la depresión. Su unión con Hugues habría sido el detonante, aunque aún subsisten dudas acerca de la relación existente entre ellos, que habría agudizado sus crisis nerviosas. Se da el caso que la mujer por la que éste dejó a Sylvia, Assia Wevill , se mató en parecidas circunstancias, pero con el agravante de que se llevó también a la pequeña hija de ambos.
Existe un 50% de probabilidades de que las personas creativas acaben de esta triste manera, señala Montero y que desarrollen depresiones, crisis de ansiedad y episodios psicóticos. En su caso, ella confiesa haber sufrido ataques de pánico en varias ocasiones en su juventud, lo que la llevó -como suele suceder en personas que padecen enfermedades mentales o sospechan que las tienen- a matricularse en Psicología, carrera que abandonó pronto por el periodismo, que le pareció más acorde con sus inclinaciones o dotes literarias. En realidad, como ella misma pudo comprobar, no son actividades precisamente complementarias, sino más bien opuestas. En el sentido de que utilizan lenguajes diferentes y que la imaginación es un ingrediente que no está permitido en una de ellas.
¿Por qué hay quienes escriben? ¿Qué misteriosas pulsiones conscientes o inconscientes llevan a algunos a acometer un oficio aparentemente absurdo, que consiste en sentarse aislado a pergeñar situaciones y personajes inexistentes, en suma a fabricar mentiras para diversión o beneficio de otros? Montero aventura algunas hipótesis, apoyada en la neurofisiología, en ciertos autores -psiquiatras, científicos y otros- que han intentado descifrar este misterio. Los datos que arrojan ciertas investigaciones indican que las infancias atormentadas de la mayoría han jugado un papel fundamental moldeando cerebros superdotados e hipersensibles. “La salida creativa tiene su origen en un encuentro precoz con lo traumático”, dice aquí citada, la psicóloga y psicoanalista Lola López Mondéjar (Literatura y psicoanálisis). Así pasó con Nietzsche, que terminó encerrado en un manicomio tras desmayarse en la calle abrazado a un caballo maltratado. En otros, la precocidad aliada con factores ambientales les llevó a ser monstruos adictos a todo, incluso a cometer delitos como el francés Althusser, que estranguló a su mujer. Y también a escenificar y ejecutar suicidios a dúo con sus parejas, algo que a Rosa Montero le parece sospechoso y equipara con la antigua costumbre existente en la India, en la que las viudas eran obligadas a inmolarse en la hoguera mortuoria de sus cónyuges.
PARA QUÉ SIRVE
La pregunta clave es ¿para qué sirve el arte?, ¿compensa tanto dolor y tanto sacrificio para los que lo producen? La respuesta podría estar en lo que dice Mara Dierssen en El cerebro del artista: la música activa similares respuestas cerebrales a las del sexo o comer con hambre. En definitiva, el placer artístico “podría entenderse como un mecanismo evolutivo para sobrevivir”. Se habla mucho de las PAS (personas altamente sensibles) que podrían definirse como personas que piensan mil cosas a la vez, en una especie de desinhibición cerebral que propicia la creatividad en perjuicio de la racionalidad. Hay expertos que sostienen que las PAS son una ventaja evolutiva para la especie por su capacidad para procesar grandes cantidades de información de forma paralela. También algunos apuntan que existen otros tipos humanos como los psicópatas (un 2% de la población mundial) individuos desprovistos de empatía con el prójimo y a ellos habría que agregar los psicopatoides y narcisos (entre un 10 y un 13%), personas tóxicas que usan a los demás para su exclusivo beneficio.
Pero, en palabras de Marcel Proust, un escritor neurótico que se encerraba en su alcoba para escribir haciendo las noches día y sin apenas alimentarse, la tribu de los “nerviosos” son “la sal de la tierra”. Entre ellos están numerosos escritores, e incluso gentes que sin serlo se pasan la vida imaginando cosas que les inspiran acontecimientos nimios, que fantasean -como la misma Montero- que al entrar a un ascensor encuentran a un cadáver o que va a haber un terremoto. Y se hacen historias de Corín Tellado con desconocidos que les atraen, que al fin y al cabo les parecen tan reales que evitan encontrarse nuevamente con ellos, como le ocurrió a la escritora en un pueblo portugués donde suele pasar vacaciones.
Montero le toma prestada a Emily Dickinson, otra poetisa en apuros, atormentada por haber sido víctima de incesto y por su posible condición de bisexual, el título de este libro. La poetisa estadounidense dejó estos crípticos versos, supuestamente dedicados a la que fuera su inspiradora principal, la escritora Elizabeth Barrett Browning:
Fue una divina insania
Si el peligro de estar cuerda
Volviera yo a experimentar
Es Antídoto el volverse
Hacia Tomos de Sólida Brujería.
Se ha dicho que los poseídos por el don de la poesía lo son también por el don de la ebriedad. Una embriaguez, que algunos casos, se convirtió en videncia (Rimbaud) y hasta hay quienes les llaman “los brujos de la tribu”. Si esto es así, no resulta extraño que muchos acabaran en la hoguera, consumidos por los alcoholes, la toxicomanía, o la locura.
Emmanuel Carrére, escritor francés, que ha sufrido en sus carnes el estigma y el padecimiento de la enfermedad mental, explica que la pasión de escribir se origina al intentar saber qué se siente al ser otro distinto de uno. También descubrir lo que significa ser uno mismo. “Je est un autre”, que decía Rimbaud.
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