“Paloma como música bellísima, / como herencia en mis dedos de urgente iniquidad / y estrujados cálices de un tiempo / donde leves dormitan las ruinas. // Hete aquí, paloma o letanía, / igual que un breve sauce bajo el labio / acorde con la tarde, / hermosa como un trono inhabitado / y el nardo que perece”.

José Luis Ferris (Alicante, 1960) es escritor, investigador, poeta y ensayista. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca y Doctor en Literatura Española por la Universidad de Alicante. Ha sido director del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert. Actualmente se dedica a la creación e investigación literaria y a la docencia en la Universidad Miguel Hernández. Tiene editados numerosos artículos de creación y crítica en diversos diarios y revistas nacionales. Ha realizado la edición crítica de la Antología de la poesía de Federico García Lorca (1989), de la Antología poética de Miguel Hernández (2000), Suite de las ciudades. Antología Poética de Federico García Lorca (2017), Federico García Lorca. Antología Poética (2019), además de publicar trabajos especializados sobre Gabriel Miró, Azorín, Juan Gil-Albert y la revista de posguerra Verbo.

En novela ha publicado Bajarás al reino de la tierra (Premio Azorín 1999), El amor y la nada (2000) y El sueño de Whitman (2010; Premio Málaga de Novela 2009). Es autor de una decena de libros infantiles. Como investigador, ensayista y biógrafo, sus cuatro obras de referencia son Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta (2002; última edición revisada y ampliada 2017; Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana 2003), Maruja Mallo. La gran transgresora del 27 (2004), Carmen Conde. Vida, pasión y verso de una escritora olvidada (2007) y Palabras contra el olvido. Vida y obra de María Teresa León. 1903-1988 (2017).

Sus poemarios publicados son Cetro de cal (1985; accésit del Premio Adonais 1984), Piélago (1985; Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana 1986), Niebla firme (1989) y Poemas del agua y de la noche (Antología, 2010).

Cuando el amor lo invade todo y la soledad se postra ante la magnificencia de la poesía, no queda más remedio que dejarse llevar, que agarrar suavemente las palabras y sentir la belleza más allá de una misma; dejar que el poeta te hable al oído y ser parte del acontecimiento, del tacto y de la luz. Desde esa manera de sentir, los versos de José Luis Ferris tienen la fuerza de la conmoción anímica, el poder creador que trasciende la intimidad y nos lleva a compartir la intensidad de los sentimientos.

“El mar nos dio la pauta y la caricia / rodó hacia tu cuerpo / sin gaviota de frío que silbara en tu oído, / sin brezos, / sin abrojos ni espino de silencio. // Es decir, tú y todo lo que eres: / la almena varada, el balandro / que cuelga de la brisa y / la lenta caracola de estos días / de julio. // Julio, braña azul, trueno azul / para el cuerpo celeste y poseído, / para el cuerpo desnudo / y su racimo. // Ay del mar. / Ya dilata la espuma sus labios más íntimos”.

Sus imágenes parten de la materia para llegar a lo más hondo del alma, para descender desde el pensamiento hasta la vida y sus experiencias. Los orígenes del autor, su tierra, su memoria, se funden al pálpito amoroso en una unión profunda para nombrar un paisaje repleto de emoción, de épica.

“Qué diréis de la memoria / debajo de los túmulos cuando exija su pábulo, / del sueño incinerado entre murallas. // Qué guardaréis, al fin, de vuestra vida / sino ambición de ser nobles bajo el barro amarillo. / Qué tendréis sino desesperanza / y, a la diestra, / los escombros del équido: / bocados y herraduras, espuelas y crines / y el ronzal / para nutrir las ubres de la tierra”.

La figura del ser amado, el erotismo y la sensualidad cruzan el lenguaje y se elevan hasta alcanzar la plenitud. Avanzan por el éxtasis y lo reclaman en un juego metafísico que transforma la visión del mundo. La soledad tras el culmen de los cuerpos habita en el poeta y reclama la propia salvación: una espiritualidad sexual que se encarna en la mujer amada y da la posibilidad de explicarse, de ser por encima de estar.

“Me lubrican los óleos de la noche / y alojo una estirpe remota de cigüeñas / al borde de las ingles / que no acierto a explicarme / sin daga o sin deseo. // Oídme entonces / y aplicad vuestro bálsamo a los labios, / acariciad esas tibias colinas de mujer / y respirad / calladamente / su hálito y su sombra”.

Con la vibración y la hermosura de la palabra, el canto se torna elegía y la ausencia nos conmueve. Es la carne el símbolo que abre la intimidad y crea un personaje poético que baila entre la idealización y las propias experiencias, entre el yo arrebatado del autor y el calmado silencio, con todas sus oscuridades.

“Adéntrate en mi espacio / y en doradas gacelas de letargo y exilio, / en el frío y la verdina, / en el piélago lunar que nos remansa. / Alábate, / desnúdate despacio / y amenaza con muslos de piedad / este lado de mí desposeído, / apártame de autillos, de cepos y ronzales, / de esos torpes potrillos del instante / que poblaron mis sienes de incensarios y nombres. / Instálate en la noche que de nuevo me cubre, / instálate en lo frágil y en lo agudo, / en el flanco perfumado de este lecho / o el fosal que nos invita / a morir lentos de amor / por unas horas / sin nada que se salve a nuestro lado”.

Sentir la poesía de José Luis Ferris es entrar en un abrazo permanente, en la sensibilidad que atrapa el tiempo y lo convierte en naturaleza. El arraigo a sus raíces, a sus lecturas, a ese viaje incesante que no lo deja reposar, hace que nos sumerja en las profundidades, con la melancolía y la intimidad que convierten cada poema en algo sagrado. Escribe el autor en “Oda final para olvidar Venecia”: “Los sitios del amor huelen a herida, / a vértigo y presagio / cuando la noche es larga. / No miden más distancia que el latido, / la caída de un párpado sin niebla / o el aire comprimido entre dos labios”.

Quizá falten letras en la palabra amor para que el presagio de un nuevo libro nos busque, para que “un lamido nos derrumbe y nos haga escuchar su relámpago y su signo”. Quizá necesitemos nuevos versos para seguir viviendo. Leamos.