Hasta lo más sagrado e inmutable se vuelve líquido en estos tiempos turbulentos, ya lo dejó claro el famoso sociólogo Zygmunt Bauman. El paso del tiempo tiende a modificar, a erosionar, a cambiar las cosas.
El cosmos alicantino no es un mundo aparte y esta ley inexorable que enunció Parménides también le afecta: todo fluye.
Los alicantinos se sobresaltaron al conocer la noticia: la Iglesia está valorando trasladar la reliquia de la Santa Faz del monasterio donde ha estado custodiada durante más de 500 años. Tendrá sus motivos la diócesis de Orihuela-Alicante, no es mi objetivo valorarlos hoy aquí.
Deseo abordar la cuestión desde otro ángulo, desde su vertiente identitaria y antropológica. Todas las comunidades humanas necesitan símbolos, imágenes, iconos en los que auto-reconocerse. Estos objetos encapsulan relatos compartidos que permiten unir a la propia comunidad y comunicar a los otros quienes somos.
La ciudad de Alicante, a pesar de ser una villa poderosa desde tiempos remotos y capital de una próspera provincia desde 1833, no cuenta con demasiados iconos de esta naturaleza. En poderoso contraste la cercana Elche exhibe su famosa Dama ibérica, su palmeral y su medieval representación sacra del «Misteri d’Elx».
En Alicante se suelen usar la explanada y el castillo de Santa Bárbara como logos de la ciudad. Sin despreciar a estos dos referentes, a mi modo de ver la Santa Faz tiene un potencial simbólico único y es un objeto muy ligado a un episodio clave en la historia de la ciudad.
Conozcamos brevemente el contexto en el que aparece este lienzo con la cara de Cristo por la terreta alicantina. En el ya lejano siglo XV, el sacerdote de San Juan de Alicante Pedro Mena vuelve de Roma con el lienzo, que ya había revelado ser milagroso en Venecia.
En 1489 se usa ya como objeto invocador, con el objetivo en este caso de pedir lluvia, tan necesaria siempre en nuestras áridas comarcas. Seguidamente se suceden varios milagros relacionados con la Santa Faz. Precisamente en el año siguiente, 1490, le es otorgada a Alicante el muy relevante título de ciudad por el rey de la Corona de Aragón Fernando el Católico.
Esta egregia distinción no se solía otorgar a ciudades sin sede episcopal. Alicante no contaba con ella y tardó mucho en ver declarada Catedral a la iglesia de San Nicolás. No obstante los Reyes Católicos valoraron la gran relevancia de Alicante, que destacaba por su rica huerta y su potente puerto.
No es casual que ambos acontecimientos, la aparición de un objeto sagrado que ponía a Alicante en el mapa de lugares de importancia religiosa destacada, y la concesión del decisivo título de ciudad, se dieran en dos años consecutivos, 1489 y 1490 respectivamente.
Alicante fue consciente de que pasaba a ser una población de un mayor nivel y la Santa Faz hacía tangible esta nueva grandeza, la concretaba en un objeto tangible y permitía a los ciudadanos de la ciudad reconocerse en una imagen única.
Más allá de que creamos o no en la veracidad del milagro, lógicamente cuestionada por muchos en el siglo XXI, y de que numerosas de las aproximadamente 300.000 personas que realizan la romería desde el centro de Alicante al monasterio donde se conserva la Santa Faz peregrinen realmente por motivos únicamente lúdicos, en mi opinión los alicantinos, tanto de izquierda como de derecha, deberían luchar par mantener esta tradición y esto pasa evidentemente por conseguir que la reliquia permanezca en el lugar donde se ha ubicado durante siglos.
Los alicantinos han expresado claramente su opinión y los políticos de todas las formaciones deberían llegar a un consenso para pactar sin fisuras un acuerdo con la Iglesia que permita al lienzo quedarse en el monasterio.
Alicante demostraría así su fortaleza cívica, su orgullo y su cohesión como comunidad, movilizándose para defender y prestigiar una de sus tradiciones e imágenes más representativas. La Santa Faz, cuestiones religiosas a parte, une a la ciudad y le permite, al recordar su historia e importancia pasadas, proyectarse hacia el futuro con grandes perspectivas de mejora.
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