Joaquín Araújo no necesita presentación. Baste decir que es el naturalista más destacado de este país y probablemente de este lado del mundo. Fue colaborador de Félix Rodríguez de la Fuente, con quien publicó la Enciclopedia Salvat de la fauna ibérica y europea,  durante los años 70 y posteriormente ha continuado su labor de difusión del conocimiento ecológico a favor de la biodiversidad, lo que le ha hecho acreedor a numerosos reconocimientos.
También Araújo ha destacado por su faceta de escritor y como aforista, siempre con un tema recurrente, como es la defensa de la naturaleza. En este ámbito se inscribe una de sus obras titulada Los árboles te enseñarán a ver el bosque  (1920), dedicada a su nieto Adrián , “que ojalá pueda pasear, siempre, bajo las sombras del bosque que puso a crecer su abuelo”. El naturalista y escritor declara haber plantado 25 mil árboles en su ya dilatada existencia (ha cumplido ya 75 años) y desde que tenía 21 años ha vivido en el medio rural, donde practica la agricultura ecológica. “Planto árboles, por tanto, para que sea menos mortal la muerte” , dice en uno de sus poemas (“Para qué planto árboles”, página 55 Op.Cit.).En la Tierra hay tres billones de árboles, lo que significa que a cada habitante de los 7.600 millones que la pueblan le corresponderían unos 400 de estos “amigos de todo lo viviente”, escribe Araújo. Y según los  datos de la FAO, perdemos cada día  unos 30 millones de árboles.
EMBOSCADO
¿ Por qué Araújo, en su dedicatoria, plantea ese anhelo de permanencia del bosque en las generaciones futuras? La respuesta está en las páginas de este libro, que también está dedicado “a todos los árboles, a todos los emboscados y a todos los otros libros”. Al “emboscado”, que en palabras de Ernst Junger “es quien posee una relación originaria con la libertad” le preocupa el futuro de estas fábricas de vida que en el transcurso de los tiempos hemos ido menguando a base de quemas intencionadas y casuales, que no solo han segado esas arboledas tan necesarias para la continuidad de la vida sino también las vidas de seres humanos  que murieron en la lucha contra el fuego. Para que nadie lo olvide, en uno de sus capítulos el autor los nombra, a cada uno, rindiéndoles un sentido homenaje.” Pensemos que solo a lo largo de 2019 ardieron en Siberia el equivalente  a la totalidad de la superficie arbolada de Iberia” (página 29, Op. Cit.)
La obra, que se extiende a lo largo de 330 páginas, abarca citas de autores famosos sobre los árboles, poemas del mismo Araújo, sus aforismos (“El bosque es la mejor creación de la historia de la vida”) y toda la sabiduría acumulada en su estrecho contacto con los bosques y su fauna a lo largo de su vida. De hecho, a lectores no familiarizados con la botánica, como el que escribe, puede resultar arduo tener que consultar cada tantas páginas la terminología empleada para describir sus características y nomenclatura.
El naturalista y el poeta se funden en cada página. También el activista que redacta una defensa de las dehesas. Y,  debido a” la pasión por nombrar”,  a su querido árbol lo dota de un nuevo género: “Comencemos por lamentar la tremenda torpeza que supone adscribir el género masculino tanto al árbol como al bosque cuando poco, o nada, resulta más obvio que la condición femenina de este ser vivo y de la agrupación de los mismos”. Y agrega: “…sería un alivio que pusiéramos en funcionamiento, en lugar de árbol, el término ARBA, que es por cierto el adoptado por uno de los grupos de reforestación más coherentes y activos de nuestro entorno” (se refiere a la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono). En nuestro planeta, que ya frisa los 3.500 millones de años, los primeros árboles nacieron hace 380 millones de años. Una de las especies que al autor le parecen más fascinantes (los Ginkos biloba) aparecieron hace 270 millones de años y han sido capaces hasta de resistir la bomba atómica de Hiroshima. Con respecto a estos ancianos seres naturales, los de nuestra especie  parecemos unos recién llegados, pues llevamos apenas unos doscientos mil años sobre la faz de la tierra.
NATURA Y BELLEZA
Los ciclos naturales se suceden  y son la base de su  creatividad y estabilidad, como precisa Goethe, citado aquí: “Todo el contento de la vida cífrase en el retorno regular de las cosas exteriores. La sucesión del día y la noche, de las estaciones del año, de las flores y los frutos y de cuantas demás cosas se producen en épocas determinadas, para que las podamos gozar y las gocemos”.
Joaquín Araújo escribe , como dice otro escritor, Manuel Rivas, “el manuscrito de la tierra”. Sigue fascinado la pista de los linces, se extasía ante la belleza de las estaciones, desentraña el lenguaje de los árboles y su misteriosa vida subterránea. Todo con una prosa tan poética y certera como sus versos.

Mis fuentes son las fuentes
Sumo mi mirada para que lo mirado me acepte como
Hermano de Ssol yAaire, de Aagua y Ttierra.
Contemplo para que todo quede preñado de admiración.
Para calentar, como una lumbre, mi compasión
Que funda afinidades con la justa causa de la vivacidad.
Contemplo para ver volar mi libertad sin moverme.
Echo raíces como el bosque sin dejar de triscar por los horizontes.
Quedo anudado a un tiempo que nadie mide ni quiere vencer.
Me atalantan los ritmos de la leve lentitud de esa sabia savia
Donde se esconde la eternidad.
Las caricias de los lenguajes sin palabras
Cobran sentido y se lo dan a mis sentidos.
Convocado por el abrazo de todas las lontananzas
Obedezco a la Belleza anterior a la belleza, porque allá la transparencia emite templos
Anteriores y más sagrados que lo sagrado”.

Este hermoso libro es como un árbol, bello por dentro y por fuera, no solo por su contenido, también por su cuidada presentación, con viñetas de hojas presentando los capítulos.  Y  por su utilidad. Lo recomendaría sin dudar a quien quiera ver el bosque y recibir sus enseñanzas. Y por supuesto, a los emboscados que quieran combatir el cambio climático plantando árboles, la ONU recomienda que cada habitante del planeta plante 120 árboles para mitigar el calor abrasador que nos amenaza de muerte.
Joaquín Araújo,  tras revelarnos que en sus últimas disposiciones está que sus cenizas mortales descansen bajo un árbol, donde también están otros familiares suyos,  concluye su libro con un mensaje esperanzador: “La VIDA que, a pesar del cambio climático, los incendios y las enfermedades, con la codicia humana a la cabeza, va a continuar”.