El plástico, omnipresente en nuestra vida cotidiana, se ha transformado en una nueva amenaza para el medio ambiente y aún más, para la vida humana. Estas son las conclusiones, pesimistas pero realistas, del biólogo Álvaro Luna, que bajo el título La Era del Plástico (Guadalmazán, Colección de divulgación científica, 2020) ha publicado un estudio sobre este material que viene siendo utilizado en el planeta desde hace ya varias décadas, desde que otros inventos similares cayeron en desuso, destacados por su elasticidad aunque no derivados del petróleo. Entre ellos, los plásticos de la celulosa vegetal cuyo fin era sustituir al marfil en las bolas de billar y que en algunos casos acabaron en usos diferentes, como la industria del cine y la fotografía. También la bakelita, que como ya pasara antes, estaba destinada a reemplazar a otro con origen natural, la goma laca, que procedía de un insecto. Así fue como se inició la carrera vertiginosa por los nuevos materiales que cambiaría la historia, con modernos materiales sintéticos que darían lugar a la amplia variedad de plásticos que conocemos hoy.
SIMBOLO INEQUÍVOCO
Luna, Doctor en Biología por la Universidad de Sevilla, y divulgador científico de reconocido prestigio, concibió esta investigación cuando encontrándose de viaje en Egipto observó el ingente cúmulo de basura de origen plástico alrededor de las pirámides y también en los afluentes del Nilo que circundan El Cairo. Allí pudo ver como multitudes de niños jugaban en medio de los desechos y también como animales de corral y domésticos buscaban alimento entre ellos. “El plástico es un símbolo inequívoco de nuestra era”, señala el biólogo sevillano, que dice en su favor que “es moldeable, elástico, más barato que otros materiales, y tiene propiedades que lo hacen muy útil como aislante térmico y eléctrico”. Mirado así, el plástico parece un gran avance, como en su momento lo fueron otros materiales, entre ellos el plomo, hasta que se dieron cuenta de su alto poder tóxico y contaminante. En el caso del plástico, los primeros estudios científicos realizados allá por los años 60, dieron cuenta de los daños en el organismo de aves marinas. Diez años más tarde, ya se pudo apreciar muy claramente la cara oscura del material que había ganado el favor de la ingenua humanidad: se trataba de un problema de dimensiones globales y de difícil resolución. Junto al cambio climático, la problemática del plástico se ha convertido en uno de los temas preferentes de investigación científica. Ya existe un término, “basuraleza”, para denominar el fenómeno de este tipo de desechos incontrolados, entre los que se encuentran los macroplásticos (más de 5 mm.) y microplásticos, pequeñas partículas casi imperceptibles para el ojo humano.
CIFRAS ALARMANTES
Hoy se producen unos 500 millones de toneladas de plástico al año, cantidades casi inconcebibles. El plástico, una vez usado, desmenuzado, triturado, se origina en tierra firme y va a parar a los ríos y al mar, donde las actividades pesqueras agregan a su vez más basura, que llega hasta las profundidades del lecho marino por la acción de peces y microrganismos. Las aves marinas suelen nidificar con plástico, muchas quedan atrapadas o se lesionan. En los océanos del planeta ya existen enormes extensiones de plástico flotante , llamadas “islas de plástico”, cuyo tamaño supera a varios países juntos (unos 3,5 millones de kilómetros cuadrados). Su desplazamiento contribuye a la difusión de especies invasoras entre continentes, que viajan ahora en el plástico como antes lo hacían en restos vegetales, con la diferencia de que el plástico les permite un viaje más seguro hacia los sitios más incontaminados y paradisíacos.
El plástico llega también a las alturas, al Everest, a los Alpes, a los Pirineos y otras cadenas montañosas, por la acción de los turistas de escalada, el viento y la lluvia. También llega al desierto, donde se han encontrado multitud de globos de plástico, producto de felices cumpleaños y otras celebraciones. En los polos terráqueos, se ha visto a osos consumiendo basura plástica, en las selvas de Tailandia a elefantes ingiriendo botellas, o en África , ante la mirada divertida de los visitantes de los parques nacionales . En dromedarios se han llegado a registrar unos 50 kilos de plástico en sus aparatos digestivos.
El plástico, ingerido por especies animales y pasando luego por la cadena trófica a los humanos hace el rol de disruptor endocrino, atacando a la microbiota intestinal. Comemos y bebemos plásticos, sin darnos cuenta. Lo respiramos también, cada vez que ponemos una lavadora y flotan por el aire microfibras textiles de plástico. En ciudades como París puede haber varias toneladas que se depositan en cualquier lugar, ya sea tierra o agua, formando parte de la red de vida. Otro microplástico de alto riesgo es la purpurina, que utilizamos alegremente para disfraces y maquillajes. Pero lo ignoramos, o no nos importa. Total, estos nano plásticos son invisibles, y por ende parecen no existir. Están en los dentífricos, detergentes y cosméticos, inabarcables para las depuradoras.
¿Hay vías de solución para revertir este problema? Depende. Alvaro Luna recomienda reducir el uso, tomando medidas y una actitud responsable, algo que parece utópico cuando leemos en nuestros medios informativos que los pequeños comercios de hostelería ignoran la legislación, no cobran por el plástico de un solo uso a la clientela y los supermercados se empeñan en plastificar bandejas con alimentos frescos, entre otras cosas para disimular su mal estado.
“Pensar y actuar, sin más excusas”, nos recomienda el biólogo Luna, al final de su libro. “No permitamos que lo único que podamos gritar al futuro sea un enorme lamento de perdón”.
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