La bailaora Samara Fernández pretende contar con este trabajo cómo el flamenco la ayudó a escapar del rol que, por su condición de mujer gitana, se le asignó desde el seno familiar, desde su propia etnia y desde la sociedad mayoritaria.
Este viernes, en ALEGATO de Samara Fernández se propuso desmontar mitos, romper estereotipos sin usar el victimismo, sino la reivindicación a través de la palabra y el baile que fueron muy intensos en el nuevo espacio íntimo que ha creado el Teatro Chapí de Villena.
Los artistas participantes, Raúl Micó al cante y Lolo de la Encarna a la guitarra, ejecutaron los palos del flamenco que representan a cada una de las valientes mujeres gitanas con carácter en el flamenco pero sin dejar en el olvido a cientos de mujeres gitanas anónimas, pioneras en ejercer el feminismo, muchas veces no siendo conscientes de ello.
Ella no quería, pero no le quedó más remedio y reflexionó sobre cuál iba a ser su posición frente a la vida donde le llevó a decir si defender el estoicismo o el nihilismo y finalmente ella se consideró nihilista negando, por tanto, muchos principios de distinto orden.
El camino fue largo, donde nadie le explicaba qué va a pasar. Y eso ya lo notó cuando empezó el colegio con 5 años. Siempre se encontraba sola. En 2º de la EGB fue un año en el que su profesora no se sabía ni su nombre y le llamaba “tú” y las familias se cuestionaban como una gitanita podía sacar mejores notas que su hijo.
Era una época en la que a la hora del recreo los niños gitanos y los niños payos jugaban en sus grupos. Era una normalidad excluyente.
La adjudicación de los roles de género ocurría de la misma forma con el conjunto de mujeres, fueran gitanas o payas. “Si alguien se corta tiene la sangre es roja”.
Pero ella, encontró consuelo bailando y escuchando música. “El flamenco me salvó la vida, me permitió descubrí la poesía y la filosofía. Pude pensar para adentro, la introspección”.
Vivió una época donde no solo existía el racismo sino también clasismo, cuál peor. Una muestra de la estupidez humana que no acepta la convivencia diversa. Lo que nos une es más amplio que lo que nos separa.
Su etapa más complicada fue la pubertad. No pudo disfrutar de su infancia porque se le adjudicaba el papel de mujer ya a los 11 años. Pero ella quería estudiar y bailar.
La cultura paya y gitana conviven juntas desde hace cientos de años. Pero la ignorancia es un gesto incultural que aleja.
Su familia era muy humilde. Sus padres eran temporeros y se pasaban 7 u 8 meses fuera del país. Decidieron internarla en una residencia escolar que tenía una biblioteca que parecía tener todos los libros escritos. En la residencia estaba de lunes a viernes y los fines de semana los pasaba en casa de sus abuelos con los que tenía que hacer guerra fría. Los gitanos la llamaban la loca. Ella pensaba avanzar todo lo que pudiera: “A veces quería desaparecer, irme a otra galaxia para encontrar mi libertad”.
Decía su abuelo que una mujer muy inteligente no se casará nunca. Recordó que “algunos de mis profesores alimentaban mi pensamiento” y le decían que “jamás dejes que nadie te humille o menosprecie tu condición de gitana”
Los gitanos la consideraron un peligro y con los payos consiguió revelar un miedo porque consideraban que se iban a ver obligados a casarse con ella.
Iba a convertirse en una sonámbula porque la noche le permitía estar sola y tranquila. Con el derecho al insomnio obtuvo el derecho a su cuerpo. Su soledad le llevó a conseguir sus deseos de avanzar.
Descubrió que el concepto de pureza era equivocado porque estaba asociado al concepto de virginidad, confundiendo un valor con una membrana. “Compararlo me parece insulto”.
En la trayectoria social de Samara Fernández destaca su participado con la Fundación Secretariado Gitano en Granada, en el proyecto «Acceder». Ha desarrollado actividades como activista y ponente, ha impartido conferencias sobre cultura gitana centrándose en el área de género y también como monitora de cursos dirigidos, sobre todo, a mujeres gitanas, patrocinados y apoyados por la Fundación Secretariado Gitano, La Unión Romaní, Asociación Romí, Junta de Andalucía y Fondo Social Europeo.
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