Vivo en una ciudad que es sede universitaria, famosa por la especulación inmobiliaria y con un crecimiento demográfico exponencial -que es celebrado por los políticos locales, que no reparan en el perjuicio a los ciudadanos residentes por la escasez de servicios- y oigo desde tempranas horas el martilleo incesante de los albañiles que hacen reformas en viviendas antiguas, que datan del tiempo en que éste era un pequeño villorrio al que emigraban cuadrillas de trabajadores foráneos atraídos por la fábrica de cemento. Y a los que los autóctonos llamaban con desdén “coreanos”.

Ante los desastres que ha sufrido la comunidad valenciana debidos en gran parte al cambio climático y a la caótica ordenación urbanística que ha permitido edificaciones a destajo en zonas inundables cercanas a cauces de ríos y litorales marítimos,  ante los anuncios de Mazón sobre la “reconstrucción” de las zonas afectadas, me pregunto: ¿Van a “reformar” esas viviendas revenidas por las aguas y el lodo? ¿Una vez reconstruidas,  quedarán a la espera de una nueva DANA que las vuelva a destruir?…

En la televisión entrevistaban en medio de nuevas medidas (provisionales) para atajar las aguas de un nuevo episodio meteorológico, a un alcalde de una zona afectada (Aldaia). El edil informaba a la presentadora que se había proyectado  illo tempore un proyecto para desviar y retener los caudales fluviales, pero una nueva tentativa volvió a fracasar porque toparon con los intereses (legítimos hasta cierto punto, admitía el munícipe) de los agricultores de una zona afectada por la desviación y contención del cauce. Obviamente, seguía diciendo, “las vidas humanas y las lechugas tienen distinto valor”. Pero allí quedó la iniciativa y quizás se esperará a otro trágico episodio para volver a ella.

Corrupción y también imprevisión culpable, son los asesinos que tienen el revólver humeante en este caso y en otros.

Miguel Ángel Criado, periodista científico y colaborador de diversos medios (El Mundo, El País, Público) aborda el cambio climático en su libro publicado en junio de 2024 (Ed. DEBATE, Penguin Random House) . Nuestras ciudades, nos advierte, son “fábricas de calor”. La temperatura en las ciudades españolas ha subido el doble que la media mundial en 50 años. Y esa descomunal subida térmica tiene un precio: peor calidad del aire, problemas de salud y mortalidad en los centros urbanos. Cuando los muertos del cambio climático golpean nuestra conciencia suele ser tarde.

El termómetro no ha parado de subir en las zonas urbanas desde que se tienen registros, desde al menos 1980. Hasta 2018 la temperatura media de las capitales de provincia se había elevado prácticamente un grado y en Barcelona, Alicante, Madrid y otra treintena de ciudades, el incremento llega al doble. Es decir, doblan las del planeta en su conjunto.

Estamos ante una mediterraneización de España, porque los colores cálidos (amarillo y marrón) se concentran en el sur y el este,  y ya solo se salvan puntos del oeste y el norte, color limón.

La prestigiosa revista médica Lancet reveló datos inquietantes sobre el número de fallecidos por las olas de calor y frío. Las urbes mediterráneas se llevan la palma.

Daniele Grasso, otro periodista de datos,  colaboró con Criado en una investigación en la que llegaron a la conclusión que el calor va por barrios. Es decir, en un barrio puede haber más de 8º que en otro. Por cierto, donde vive casi la mitad de la población con rentas más bajas en la capital de España.

En otros países, como Francia, están tomando medidas tales como refrescar el subsuelo de París mediante ingeniosos sistemas, y creando grandes reservas de zonas verdes (170 mil árboles hasta 2026). En Madrid, Ayuso plantea hacer “maceteros” en cada balcón.

La población urbana en España alcanza el 80%. Aumenta la población y también con ella el calor (una ciudad de un millón de habitantes tiene entre 3º y 5º más que las zonas rurales cercanas en verano).

España necesita una gran reforma. Pero no de chichinabo ni de macetas,  sino a fondo. Mientras tanto, el número de fallecidos por el cambio climático no para de aumentar.