En 1962 el abogado y escritor chileno Ángel Botto León escribió un libro de ficción titulado La imbecilidad humana no tiene límites. Yo no tenía en aquel entonces edad suficiente para comprender qué intentaba decir, pero desde la portada- una representación del hongo atómico- me sentí atraído por ese libro que llegaba, como tantos otros al escritorio de mi padre, critico literario. Su lectura me pareció divertida, pero no la consideré más que un relato casi surrealista ambientado en un futuro muy lejano en el que la humanidad llegaba a su fin tras una decadencia cultural y de costumbres nunca vistas. Por ejemplo, decía el autor que las historietas -así se denominaba a los cómics en Chile-llegarían a ser con el tiempo valoradas como obras de arte. También describía una sociedad donde los jóvenes vivían en una libertad de costumbres inaudita. Todo aquello que narraba esta obra y que parecía en esa época algo impensable ha ocurrido, más o menos. Falta solamente la hecatombe nuclear, pero estamos cerca.
“En la escala de las criaturas solo el hombre puede inspirar un asco perdurable”. La frase es de Cioran, el filósofo amargo que escribió Breviario de podredumbre. Pero la hago mía. El título de la novela del escritor chileno, también. Creo que también se le atribuye a Einstein.
La imbecilidad humana ciertamente es ilimitada. Se puede comprobar a cada paso, en la lectura de noticias que no son noticias, con titulares engañosos que solo pretenden que sigamos leyendo fruslerías, banalidades sin fundamente ni veracidad, que apenas guardan relación con esa llamada que nos hizo abrir el espacio tras rechazar o aceptar la ristra de cookies y las listas de patrocinadores del embuste.
Igualmente sucede con artículos o columnas pretendidamente humorísticos que pregonan, por ejemplo, las bondades del piropo o en los espectáculos que un tal Dávila, ex policía y ahora exitoso artista comediante realiza con lleno absoluto. El tipo se burla de los incautos que van a ver sus tonterías, en las que lanza sandías a sus caras y groserías a granel por esa boca.
El mundo, la vida, dan arcadas. Otra vez Cioran: La vida no es sino un estrépito sobre una extensión sin coordenadas, y el universo, una geometría aquejada de epilepsia.
MENDIGOS Y ZAFACONEROS
Hay reyes serviles y mendigos soberbios. Lo decía Georges Moustaki en una bella canción, como todas las suyas. Veo por mi ciudad a uno de ellos, a menudo. Da un poco de miedo, pues habla solo (no lleva móvil a la vista) y va dando grandes voces airadas. Es joven y al parecer vive en un barrio popular donde le conocen bastante. Pide dinero a los viandantes, pero si no le dan algo sigue su camino a buen paso y tan tranquilo. Es alto y fuerte, no va mal vestido, al contrario, lleva un atuendo deportivo de buena marca en verano y ropa abrigada en invierno. A veces pienso que le grita a Dios, que lo desafía. Tal vez sea el único hombre libre que yo haya visto en mucho tiempo. En París me encontré muchas veces a los legendarios clochards en el metro , con sus sombreros de ala ancha y sus maletines donde guardan su equipaje vital. No son humildes, no. Más bien altivos, conscientes de que tienen el valor de vivir sin trabajar como esclavos de un sistema que han decidido esquivar.
También veo por las calles a otros personajes que viven en los márgenes de la sociedad, recogedores de objetos desechados por los vecinos en los contenedores de basura. Van con un carrito de bebé, a veces, o de supermercado, que llenan con artefactos inservibles que desguazan y aprovechan para venderlos como chatarra. Yo los llamo “zafaconeros”, porque en República Dominicana y en países caribeños se llama zafacón a los contenedores urbanos y mi pareja , que es de allá, los ha bautizado así. Debo confesar que yo también soy un poco zafaconero y he recogido de la calle algún mobiliario estupendo, antiguo pero en buen estado, que adornan mi morada. Sucede que algunos desechan los muebles antiguos heredados, que son de calidad y de madera auténtica, para reemplazarlos por los adocenados y feos de IKEA, que son de contrachapado y duran lo mismo que la ropa de usar y tirar de ciertas marcas. También tiran prendas de vestir que , aunque algo desgastadas, harían las delicias de Johnny Depp que ha tenido la idea de recrear el look clochard. Tengo varias de ellas en mi armario.
Soy cliente de los rastros, igualmente. Donde encuentro viejos compact discs, bisutería y ropa.
En fin, que tengo alma de clochard.
Otra frase de Cioran, que admiraba a los mendigos y era amigo de uno al que consideraba como el único filósofo auténtico :
“El mendigo es un pobre que , ansioso de aventuras, ha abandonado la pobreza para explorar las junglas de la piedad”.
PÁNICO
La palabra pánico viene del dios griego Pan, con apariencia de fauno y músico aficionado con su flauta (siringa). Allá por los años 70 unos desocupados artistas bohemios, entre los que se encontraban Fernando Arrabal, Alejandro Jodorowsky y Roland Topor, se reunieron en el Café de la Paix de París y fundaron el movimiento pánico. El grupo revolucionó la escena teatral parisiense con sus montajes, que iban según algunos biempensantes , en contra de la ley y las buenas costumbres. Sobre improvisados tablados, los pánicos montaban performances bestiales, con desnudos, fluidos corporales y otras extravagancias.
Arrabal, que aún vive en París, explicaba entonces en un librito (que conseguí en el rastro de un amigo ecuatoriano) la “antidefinición” de pánico, como una manera de ser, regida por la confusión, el humor, el terror, el azar y la euforia. Como fundamento filosófico, los pánicos tenían la memoria como fundamento de la vida y la existencia humana como producto de lo aleatorio.
Uno de los filósofos citados en el libro (Le panique, 1973) es precisamente Cioran.
“La sociedad, es un infierno de salvadores. Lo que buscaba Diógenes con su linterna era un indiferente”.
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