“Ya es hora de creer en algo indestructible. No buscamos saber entre el amor y el tiempo. Aquella luz antigua es presente, jamás se desvanece aquel sol en el árbol. Fuimos la plenitud, alguna vez. Y la tristeza. Mientras habla el maestro, el sol es lo absoluto. El niño en la ventana lo desconoce todo, atiende a un resplandor que dentro se hace música”.

José Iniesta (Valencia, 1962) ha publicado los siguientes poemarios: Del tiempo y sus castigos (Sagunto, 1989), Cinco poemas (Sagunto, 1989), Arder en el cántico (Renacimiento, 2008, Premio de Poesía Ciutat de València Vicente Gaos), Bajo el sol de mis días (2010, Premio de Poesía Ciudad de Badajoz), Y tu vida de golpe (Renacimiento, 2013), Las razones del viento (Renacimiento, 2016), El eje de la luz (Renacimiento, 2017), Llegar a casa (Renacimiento, 2019) y Cantar la vida (Renacimiento, 2021).

Deslizarse a través de los poemas de José Iniesta es entrar por la rendija abierta de una ventana y descubrir el júbilo, la emoción de estar vivo. Dejarse empapar por la lluvia de un lenguaje que florece en cada verso para celebrar la existencia y todos los milagros de la Naturaleza. Su poesía muestra las profundidades de su ser para, con un clamor sutil y silencioso, cantar la belleza de la luz y de las sombras.

“Qué discreta aventura sin certezas / nuestro permanecer y no ser nada. / Hay astros en la noche, yo no sé, / que brillan y no existen y perduran / por ser la luz y guía y el concierto. / Cuánta serenidad, y haber llegado / al lugar donde el sueño se serena. / Hondo de soledad, / avanza por la calle, / sus pasos le responden, son ahora. / Sus pasos son del cielo, / tristísimo su júbilo. // Todo canta, concluye. Todo canta”.

Su último libro, Cantar la vida, es un recorrido por las edades de un hombre. Un viaje largo y sin prisas que recoge el dolor y la alegría de todas las estaciones. La mirada del niño que fue y que, de alguna manera, sobrevive en el corazón del poeta, curtido ya con el conocimiento de los años. Un ejercicio trascendente en el que Iniesta ha invertido más de una década para mostrar y nombrar aquello que le pertenece, desde el origen, con la conciencia abierta hacia la finitud de los días. De esta manera, su diálogo con el tiempo nos atrapa y nos construye en lo vivido.

“Mi padre se adormece en su sillón, / y yo soy un fantasma, soy su sombra / en la espalda del tiempo miserable. / Mi padre se ha dormido, está a mi lado. / Mi padre no está muerto, / está soñando aquí / el río que me arrastra, / mi cauce y su caudal. // Mi padre no es del humo, alcanza la razón de mi escritura”.

El pasado y el ahora retratan la nostalgia desde la gratitud de seguir en un espacio abierto que no conoce con certeza ninguna senda. Un canto lleno de temblor que, apoyándose en el ser amado, se muestra sublime y carnal. “La materia salvada”, la prolongación de uno mismo, hace que la palabra amor se nutra de infinitos significados:

“Desde un cielo tangible le sonríe, y brolla el manantial desde la seca tierra del estremecimiento. No existe nada más, se reconocen, se miran desde siempre. Ella muestra su lengua, lo adivina. Está encima del hombre y lo contiene, conoce todo origen de la fuente. Las partes se componen de lo roto, se juntan los pedazos esparcidos. Ella dice su nombre, es libre su belleza. Los cuerpos son el alma. Desnudos no son nadie, se diluyen en música y sudor. Lo demás nada importa”.

Ante el gozo del propio existir, la poesía se convierte en sagrada, en una manera de ser y estar en el mundo. El cántico de José Iniesta comienza y acaba en ella, en el hecho poético que nos hace mirar y sorprendernos. Las pequeñas cosas, lo cercano y cotidiano, dan voz al silencio, a la contemplación en la que se sumerge el autor y nos comparte humildemente. Así, su último libro abre con “dos apuntes sobre la poesía” para conducirnos hacia “algo indestructible” que quizá va más allá de la materia: escribir para que lo eterno se haga palpable. Dice en “Razones para la poesía”:

“Sin nadie, con las nubes, en la luz. / Escribo para que él / no muera nunca: / el niño en la mañana, bajo el sol, / acercándose al árbol que lo ampara. / Yo soy de los espejos, de arenales / extensos donde el paso se detiene / exhausto por la sed y la memoria, / pero él acaso vio en su primavera / al ángel que lo guarda de la muerte, / se supo eternidad en los caminos. // Acógelo, escritura, porque yo / fui ese niño atento por los campos / al oro de la espiga y la amapola / perfecta sobre el tallo y colorada, / y él todavía corre por la calle / del aire venturoso junto al mar”.

Los libros de José Iniesta se abrazan, dialogan entre ellos, comparten versos y se rinden ante la grandeza de la luz. La celebración compartida nos hace traspasar las hojas de cada título publicado con todos nuestros sentidos, desde la profundidad de todos los abismos. Así, su vitalidad es un regalo. Hay motivos para “Cantar la vida”. Leamos.