Palabra, cosa, tú, amor, necesidad, existencia…
José Luis Vidal Carreras (Vitoria, 1954) es un poeta que, después de una larga trayectoria, todavía recuerda con cariño su primer texto. Con tan solo trece años, a bordo de un autobús de línea que lo llevaba de Alicante a San Juan, garabateó unas palabras a modo de reflexión. A partir de ese momento, los escritos se fueron acumulando en papeles que aún conserva, libretas donde se acumulaban momentos especiales, descripciones y estados de ánimo, paisajes que le gustaban.
Así, el verso se fue alternando con la prosa y, en 1991, vio la luz su primer libro de poemas “Al rojo amarillo” (Aguaclara), Accésit del Premio Nacional de Poesía Miguel Hernández del Ayuntamiento de Orihuela. A éste, lo siguieron: “Señor de los balcones” (Diputación de Granada,1992); “Perenne flor” (IAC Juan Gil-Albert, 1997); “Abalorios” (Alhulia, 2001), XVI Premio de Poesía Villa de Benasque; “Álamo” (IAC Juan Gil-Albert, 2002); “Horas y uvas” (Aguaclara, 2007); “Donde nunca hubo nada” (Point de Lunettes, 2010), Premio Nacional de Poesía Ciudad de Ceuta; “Señor de los balcones, antología poética” (Renacimiento, 2013); “Caja oscura” (Pre-Textos, 2018), XXXI Premio Internacional de Poesía Antonio Oliver Belmás; y el más reciente, “En el sueño dorado” (Renacimiento, 2018).
A través de su voz y su mirada, José Luis Vidal siempre nos acerca a ese mundo tan personal que dibujan sus palabras, donde cada cosa tiene la importancia justa, donde la realidad es un hallazgo que hace vibrar al ser a través del deseo, del anhelo y del esplendor del presente. Luz y oscuridad que se funden para plantearnos la fragilidad de lo humano y el milagro del instante.
Su poética nos permite abordar temas en los que el lenguaje conversacional se queda escaso, conceptos latentes en su obra que definen esa necesidad de búsqueda, de exploración, de mantenerse en el ideal de consciencia, tan difícil de conseguir. Un territorio lejano a la confesionalidad y a lo que llamaríamos “experiencia”, para adentrarnos en la belleza de la contemplación que no se conforma, sino que convive en el todo, con el todo, junto al todo.
Al recorrer sus versos nos planteamos, inevitablemente, la importancia que tiene para él la etimología de las palabras, esa amplitud de significados que “a pesar de apuntar en muchas direcciones”, tal y como indica el propio autor, “no centrifuga el poema, sino que lo recoge y le da unidad”.
“Para mí, el conocimiento de la amplitud semántica de la palabra es vital porque me permite conciliar buena parte de esos significados simultáneamente dentro del poema, para que el poema reproduzca poliédricamente la riqueza del mundo natural, de la realidad en la que yo me encuentro…. En definitiva, es vital la historia de la palabra, lo que significa, lo que puede suscitar por asociación en la mente del lector.”
Así llegamos a la brevedad de sus poemas, una concisión que no es un proceso de búsqueda literaria sino que va en función de sus propias necesidades expresivas. Una sensibilidad que lo lleva a “momentos de mucha intensidad necesariamente breves”.
Por otro lado, dentro de su discurso existe ese romanticismo que hace del amor un motivo de trascendencia único e irrepetible entre el yo y el tú. “Recobrar un estado primigenio de unidad con las cosas, de no separación”, que hace que “el erotismo, el deseo físico, el amor carnal, todo esté mediatizado por ese concepto más amplio que es la fusión”. En su poema “Tú y yo” del libro “Álamo” (2002), dice:
“Hago el mundo contigo.
Una parte de mí
que nunca huye
ni se esfuerza
por ser mía,
lo hace por ti.
Tú pones el contorno
y yo mi amor,
que lo colora.
Tú y yo –en el fondo de mí.–…”.
Otro aspecto que llama la atención en la poesía de Vidal Carreras es la vida que existe en lo inanimado, en las cosas. Y así lo deja ver en su poema “Vuelo”:
“Ardientes cosas
que abrasáis mis ojos,
rutilantes estrellas
que alumbráis, brevemente,
mi desierto de arena,
lleno de cielo…:
jamás os he llamado mías,
cosa yo mismo para vosotras…”
La materia, la carne, los objetos, todo lo que nos rodea son un acompañamiento del ser. Y en este sentido, existe el disfrute y la observación de las pequeñas cosas como un milagro. En el libro “Caja oscura”, el poeta dice en “Patatas”:
”Las patatas
tienen ojos,
y nos miran,
como peces
fuera del agua.”
Haciendo referencia de nuevo a la amplitud semántica, nos encontramos a lo largo de toda la obra poética de José Luis la palabra “padre”. Un concepto que más allá del significado biológico, ayuda a responder a la pregunta de la propia existencia.
“En la medida que yo lo utilizo al padre como símbolo, siempre aparece como justificación de la existencia, aunque sea una justificación que te deja con hambre…Padre es un mundo del que sales tú. Un lugar más de origen que de llegada. Retrospectivamente justifica mi presente.”
De esta manera, llegamos a la necesidad, a lo que los griegos llamaban Ananké o los latinos necessitas, a los elementos forzosos de la existencia sin los que no podríamos ser y de los que José Luis Vidal nos habla mucho en su poesía. El dolor forma parte de este paisaje, como algo no trágico ni dramático, sino como un elemento más de nuestra vida, despojado de connotaciones negativas.
“El dolor es un niño
que no me quiere oír.
Lo llamo y no contesta,
protesto y no obedece.”
Ahora, en su último poemario publicado, “En el sueño dorado», todos los conceptos fundamentales de su obra siguen presentes. Quizá mucho más celebrativo que en “Caja oscura”, reafirma cada elemento de su escritura. Las cosas, el amor, ese Tú que se permite en mayúsculas, la luz, el cuerpo, el padre, la existencia. Al fin y al cabo, el “destino de la carne… oh divino temblor.”
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