“¿por qué / obviar este pálpito del pensamiento / y junto a los prodigios pasar / soslayando señales sin / procl / amarlos? // ¿no aliviar / la ceguera del espíritu / porque rebase nuestro círculo / cotidiano? // si no es tiempo / de hediondos rechazos / o con cenizas cubrir lo que incomoda / ¿a qué esta vetusta soflama / todavía?”.
José Manuel Ramón (Orihuela, 1966). Cofundador de la revista Empireuma en 1985 y codirector de la misma hasta 1991. Reside en Fuengirola (Málaga). Ha colaborado en las revistas Acantilados de Papel, Ágora-Digital, Excodra, Tinta China, Cuadernos de humo (Nueva York, USA), y en Entre-T-Líneas, Boletín del Taller de Traducción Literaria del Instituto Cervantes de Atenas (Grecia). Tradujo varios libros del portugués (Brasil) para la web de la Federación Espírita Española. Ha sido incluido en las antologías Escrito en Alicante (Alicante, 1985), Muestra de joven poesía hispánica de la revista Ventanal (Universidad de Perpiñán, Francia, 1986), El libro de plomo (Orihuela, 2013) y Encuentros con la poesía en la Casa Natal de Miguel Hernández. 27 poetas. (Fundación Cultural Miguel Hernández, 2019); también en el ensayo Polifonía de lo inmanente. Apuntes sobre poesía española contemporánea (2010-2017) y en No dejemos de hablar. Entrevistas a 19 poetas (Polibea, 2019).
Ha publicado la plaquette Génesis del amanecer (Orihuela, 1988) y los poemarios La senda honda (Devenir, 2015), La tierra y el cielo (Ars Poética, 2018) y Donde arraiga destierro (Ars Poética, 2020).
Adentrarse en la lectura de José Manuel Ramón es recorrer un profundo camino de reflexión y trasiego espiritual. Acercarse con el alma abierta al origen para, después, despojarse de cualquier circunstancia que no sea la vida en esencia. De esta manera, se muestra la naturaleza intrínseca al ser humano y se forma, desde lo más primitivo, el concepto de lo que puede ser la existencia.
“afronto lo cotidiano / con ojos distintos a los de ayer / delgado vislumbre que la desazón / acrecienta // conciencia del error / turbión terreno como estigma / que en mi costado escampa / a diario // oh vileza / ácido fermento / recubriendo huesos y arterias / oh servilismo que en falso cauterizas / cuantas heridas el corazón / reabriera // vestigios / de un adusto / pasado”.
El tiempo es una variable neutra que pasea por los versos como condición sine qua non para poder subsistir antes, durante y después de la muerte. No hay un final en la realidad humana, sino resurrecciones que abren puertas a otros estadios y a otras realidades. Desde esta perspectiva, el contacto místico refuerza su discurso introspectivo.
“frontera / entre mundos posibles / qué místico llamado prende / como incienso nuestro / la amerada semilla / de otra real / ida // flujo / del pensamiento / arrebatándonos a ciertas regiones / donde se contrabalancea la / arquitectura del ser / por lo humano / que la a / sien / ta // aparente / mente nada ha cambiado / -cruce de espejo sin espejo- / mas redunda un sahúmo de azufre / que los sentidos / retuvieron”.
Lo eterno del hombre frente a la fugacidad de la vida; el espíritu infinito amarrado a la finitud de la carne; lo que ya es antes de manifestarse y que tras hacerlo se condena a lo limitado. Todo forma una visión, un sueño en estado de vigilia que concluye en la fragilidad humana frente a la contundencia de la Naturaleza. Una senda que conduce a la disyuntiva entre la grandeza del todo y a la propia creación, la nada.
“ignota natura / la hierba acusa impresiones / y renueva su alma incipiente / al ensayarse en / la vida // gotas / que denso amor intuyen / por ávidas aradas de conocimiento / si légamo reconociese origen / toda vez revertido lo uno / al lecho de las causas / primeras // barro en la tierra / lo que en los cielos de cien /o / cupo”.
En un baile entre la luz y las sombras, los símbolos nos acompañan al interior del subconsciente (al inconsciente). Allí, el pensamiento abre un laberinto en el que el lenguaje parece nacer de la noche y cesar al alba. El poema se dice a sí mismo en un descenso casi obsesivo, en un proceso en el que las quimeras son el propio camino hacia el discernimiento. Entra aquí la parte ascensional, la trascendencia de la voz poética.
“¿en qué soplo / estallará la negrura / qué cercanía infundirá calor / con qué manos qué certezas / a cuánto amor –desterrados- / renunciaremos? // ¿cuándo / la libertad? // ¿a qué delgada / espesura nos debiéremos / cuando el ser se sepa / inveterado?”.
El desasosiego y el dolor se acercan a las contradicciones de lo humano con ese aire de incertidumbre continua que se desgrana a través de las palabras. La intuición es fuente creativa y viaja por distintas esferas, con la esperanza de la transformación, con la confianza de la mejora al traspasar las barreras de lo palpable y esa vuelta que tan claramente se nombra con la reencarnación.
“los hay / que habitan / un umbral impensado / y desde la maraña de su soledad / buscan con angustia buscan / la inasible puerta que / les retorne / lo ido // más tiempo / para esta agua / más // ah si por / las grietas no apremiase ahogo / tal vez saciaríamos compr / ender tal desigual / estampa”.
El anhelo por trascender el propio cuerpo, por superar todo aquello que ejerce de frontera contra la totalidad del universo, aparece con la condición visionaria. La clarividencia es parte de la construcción en el poema, cuya estética busca la subjetividad sensorial del lector.
“lenta
esclusa abriéndose
al ser
un encontrarse ascendido
descendido
por recónditos canales
donde en encarnizado duelo pugnan
con vehemencia amor y odio
hasta la extenu
ació
n”
La Tierra y el cielo y Donde arraiga destierro son partes de la Trilogía de la reencarnación. En ellos, José Manuel Ramón sigue la ruta emprendida ya en sus anteriores libros y muestra ese carácter cósmico que tanto caracteriza su obra. La muerte es una pieza más en el ensamble y quizá sirve de redención ante el inminente caos de lo sensible. Dice el autor que “el cuerpo/ padece de alma / saturada de sibilinos ardores”. En las causas esenciales es donde existen todas las afirmaciones, donde la búsqueda nos muestra el fuego del que provenimos y hacia el que vamos. Así el poeta sucumbe a lo real: “qué duro / no comprender la vasta dimensión / marchar o quedar vivir o morir / ese universo apócrifo / secundamos / (…) el espíritu / y sus llagas / tortuosas”. Vivamos la poesía y sus misterios. Leamos.
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