“Decido, pues / rasgar la tela / y vender harapos al mejor postor / trueque de ilusiones / la voluntad // mientras dejo rugir aquel sueño mal dormido / y tomo notas en el margen de un periódico / o en servilletas usadas / oculto / que no escondido / entre los escombros del ayer / como gato en noche de tormenta / y si soy tormenta / puedo ser gato”.
Luis Sánchez Martín (Cartagena, 1978) estudió Ciencias Empresariales en la Universidad Politécnica de Cartagena y ejerce como contable desde hace más de quince años. Dirige, además, el sello editorial Boria Ediciones desde 2016. Ha publicado el libro de relatos Sin anestesia (Ediciones Hades, 2014) y la novela Bebop Café (Boria Ediciones, 2016). Ha sido finalista de varios certámenes de relato y poesía, a destacar el III Concurso de Relato contra la Violencia Machista, organizado por el Ayuntamiento de Terrasa (2015), el V Certamen de Relatos Pablo Olavide (2016) y las dos primeras ediciones del Certamen de Poesía La Montaña Mágica (2017-2018). Sus relatos y poemas han aparecido en publicaciones en papel y digitales como Manifiesto Azul, Carne Para el Perro, Culturamas, El Coloquio de los Perros, Hankover o el diario La Verdad de Murcia. Es colaborador habitual del blog de reseñas literarias Literatura+1 y de la sección cultural Leer el presente, de eldiario.es (Región de Murcia). Carrera con el Diablo (Lastura Ediciones, 2019) es su primer poemario.
En la poesía de Luis Sánchez Martín, la realidad se sostiene por sí misma. Sus versos se encuadran en un ambiente tormentoso y decadente en el que el cine, los vinilos, los vaqueros y las habitaciones llenas de humo conforman un escenario cincuentero lleno de rock and roll y días trasnochados. La familia, o la ausencia de ella, estructura el origen del dolor irreparable, de esa necesidad de sobrevivir sin apoyos y construir los pilares en un suelo que no existe.
“El día que murió mi abuelo / mi madre me dio una paliza. // Han pasado casi cuarenta años / y sigo sin ver relación alguna / pero ella parecía convencida. // El día que murió mi madre / llevaba diez años sin verla / y aunque sabía dónde y cuándo / era el entierro / no pude ir: / tenía que hacer la compra, lavar el coche / y limpiar la casa. // ¿No ves la relación? / Es el mercado, amigo”.
En Carrera con el Diablo, el autor nos muestra un mundo personal donde vivir a través de sus personajes, donde la ausencia de futuro pesa más que los años vividos. Con un aire canalla y bukowskiano dibuja una frontera entre la realidad y la ficción que, al leer, se diluye en el lenguaje y nos invita a compartir sus heridas, sus sombras, sus propios demonios.
“No sé cuándo he despertado / no sé cuándo / ha comenzado la tormenta. // El calendario amenaza / al rebelde sin causa: / Jimmy murió a los 24 / yo me acerco peligrosamente a los 40 / y el café se enfría. // No sé cuándo ha puesto la cafetera”.
La soledad, la marginalidad y la incomprensión se hacen latentes en cada una de las páginas, mientras el poeta busca la posibilidad infructífera de la felicidad, el deseo de reparar o arreglar su existencia sumergida en alcohol, en sudor y en precariedad laboral. Cubre con una pátina de realismo sucio la cotidianidad, el día a día donde la memoria es un lastre con el que sobrevivir y reinventarse, a pesar de todo.
“Y llega el último pirata // huele a orina y a salitre / y lanza doblones al mostrador // pide ron / o coñac / apenas se le entiende // y ella sirve y cobra / esquivando su mirada / agazapada bajo el velo / de su indiferencia / que disfraza de valor el recelo / y de paciencia el hartazgo / mientras Barbanegra le mira / el trasero cada vez que se gira”.
El fondo social y de reivindicación es evidente en sus poemas. La dureza del paso del tiempo, de esa historia que de manera cíclica parece repetirse, hace que sea necesario creerse las propias mentiras para resistir y no claudicar ante lo que uno es.
“Escuchaba tus problemas / antes de que estuvieran de moda / y me encerraba en el baño a vomitar / cuando te ibas / tus hijos / tu hipoteca / tu negocio de zumos naturales con leche de soja / nunca me importaron / y la Nochevieja que caí por el hueco de una escalera / supe que iba a ser un buen año / y lo fue / aunque mis manos sangraron / abiertas de tanto esperar. // Y ahora que la gente / parece flores al fin / tengo tiempo para lo importante”.
La música de Elvis Presley, Jackie Wilson, Otis Redding, Stray Cats, Gene Vincent o Chris Cornell le sirven de refugio en un paisaje lleno de pasiones, madrugadas, casas de alquiler y el silencio plomizo que coexiste con el malditismo de la ciudad. Luis Sánchez utiliza el desengaño, la ironía y la desaprobación, pero a pesar de todo reconoce el amor cuando se encuentra con él y nos traslada su regusto cálido y sorprendente.
“…y yo que jamás he escrito / relatos o poemas de amor / y que aún me río recordando / a esa mujer que me creía / incapaz de querer a nadie / porque no la quise a ella / aprecio extrañado / que nada de esto sería más / que la proyección física / de unas palabras que invaden el papel / si no se sujetara en el cimiento / que lo ha cambiado todo para siempre: / la chica de las gafas de pasta / y el pelo muy corto / que sueña las noches conmigo / y me abre la puerta de los días”.
Luis Sánchez Martín es un rocker indomable con la poética precisa de una película en blanco y negro. Un escritor que se sitúa al margen para mostrarnos la luz entre las grietas de su vida y sabe que no hay respiro en esta Carrera con el Diablo. Un descubrimiento que nos mueve las entrañas al ritmo de Chuck Berry y que, entre humedades, un intenso café y una bolsa de patatas fritas, encuentra la urgente inspiración. Y es que, “ESTO // esto es Rock and Roll”. Apretemos el acelerador. Leamos.
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