“Todos los días, en cualquier parte del mundo, / amanecen igual, pero no son iguales los amaneceres, / como no lo son los surcos en la tierra hechos por el mismo arado”.
Rosa Burgos López nació en Cúllar (Granada). Es licenciada en Derecho por la Universidad de Granada. Perteneciente al Cuerpo Jurídico Superior de la Administración de Justicia, ha ejercido como Letrada de la Administración de Justicia (los antiguos Secretarios Judiciales) toda su vida profesional.
Como investigadora de nuestra historia reciente, es autora de los libros: La muerte de García Caparrós en la transición política(2007), El sumario Fernández Quesada, ¿una transición modélica? (2008), La bala que cayó del cielo (2012) y Las muertes de García Caparrós(2017).
En poesía, figura en la antología Escritoras y artistas contemporáneas andaluzas(Instituto Andaluz de la Mujer, 1997) con el poema La difamación. En 1998 fue finalista del Premio de Poesía del Ateneo de Málaga con la obra Fuga de voces y en 1999, el mismo Ateneo le publicó en sus Hojas de Cortesía, Sigue las pisadas de mis tacones rojos. En 2002, el poema Madrugada del 7 de febrero de 1995 o carne desvenada fue incluido en la antología de poemas, canciones, visuales y cómics Aldea Poética II. En 2019 ve la luz Palacio de Justicia (El Garaje Ediciones).
Entrar en Palacio de Justicia es como beberte la vida de un sorbo, sentir cómo el corazón se encoge ante la conmovedora realidad y descubrir que, a nuestro alrededor, la dureza se adhiere a los muros para crear un tono de negrura en cada acontecimiento relatado en sus páginas.
“El caso es que era un quinto sin ascensor / y en las paredes de las escaleras pintadas / de gotelé, había dibujos de niños, uñas / rojas recomidas, zapatos enojados, / cuerpos encallados, miradas curiosas / y unos esbozos que parecían falos. / En las televisiones del inmueble / se discutía sobre no sé qué. / La comisión judicial subía despacio / porque en el tercero ya mareaba / el olor repulsivo de la muerte”.
Cada uno de los catorce poemas que componen el libro, es una declaración precisa y visual del instante vivido, de la crudeza del día a día que asfixia al que, con falsa naturalidad, debe vivir el momento descrito. La voz firme de la poeta, el ritmo narrativo y su aparente tono de desafección, aparecen unidos a bellas imágenes que pellizcan el alma e invitan a reflexionar sobre el mundo en el que vivimos, sobre el dolor y sobre la violencia.
“Mas esa noche soñé que los perros / constantemente aullaban y ladraban / porque el mar anegaba nuestras casas / y vomitaba sobre nuestras camas / a los náufragos del submundo negro. // Salí a la terraza a verificar / el mar amado de Jorge Guillén, / oscuro casi negro, sosegado. // Ningún perro ladraba la llegada / de los muertos, ningún motor crujía / que perturbara la paz de la noche. / No pasaba ni un alma por la calle”.
Su unidad temática provoca en el lector el escalofrío de aquello que no se ve, que nadie quiere mirar. Mafias, barrios marginales, drogas, maltrato, infancia rota, muertos, mugre y desesperación alumbran el lenguaje para dejarlo seco, para hacer sentir el golpe poético de lo justo, de lo humano y de lo trascendente.
“Se pregunta a los procesados / (políticos, testaferros, abogados, / policías, funcionarios, empresarios…) / si se confiesan / reos de los delitos de blanqueo, / malversación, cohecho, fraude / prevaricación… / Como en la obra de teatro del Siglo / de Oro, contestan, todos a una: / ‘no, señoría’”.
La ironía y el sarcasmo asoman entre los versos de Rosa Burgos como herramientas que modulan la gravedad, que pretenden intensificar la denuncia. Su poesía negra, social, trasciende el papel y nos deja perplejos, llenos de incertidumbre y desnudos ante el abisal hiperrealismo de su poética.
“Mare Nostrum que estás en los cielos perdónanos nuestras deudas pero no nos perdones nuestra falta de humanidad porque el oprobio es inmenso, colosal, gigantesco, infinito e inmensurable. Hemos vuelto la cabeza para no mirar, hemos cerrado los ojos para no sentir y hemos recogido nuestras manos para no tener que prestar ayuda”.
En este libro, Rosa Burgos, acompañada por las ilustraciones de Alejandro Pacheco, redirige todas las miradas hacia el gélido universo de aquellos que se dedican a la Justicia, hacia la voz ahogada y la desesperación que se esconde en el quehacer diario, hacia la rutina de los testamentos vitales y los procedimientos infinitos. “¿Saben ustedes las horas / que se pierden contando, billete / a billete, cuatrocientos catorce / millones de euros?”, pregunta la autora en el poema Macrojuicio por corrupción. Busquemos Palacio de justicia. Leamos.
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