Del decir y del silencio: con la boca nombramos, con la boca tragamos
Celebremos la (con)vivencia teatral que nutre a espectadores-as y a artistas. La escena es una boca abierta con dos direcciones recíprocas. Hablamos desde dentro hacia afuera. Comemos alimentos que circulan desde afuera hacia adentro. Damos y recibimos valor. Incluso la escena respira, inspira las aguas profundas del entorno y las circunstancias, expulsa nuevas luces y sombras (en el mejor de los casos, necesarias/nutrientes para otros-as).
Cuándo apostamos por un espectáculo ¿qué buscamos/esperamos? ¿Entretenimiento? ¿Anestesia? ¿Verdad? ¿Revulsivo? ¿Bondad? ¿Espejo? ¿Belleza? ¿Pertenencia a un grupo? ¿Confirmación de ideas? ¿Emociones intensas? ¿Preguntas incómodas? ¿Sobresalto? ¿Caricias? ¿Sorpresas? ¿Cómodas respuestas?
¿Y cuando creamos? ¿Y cuando decidimos compartir/mostrar/representar lo creado?
¿Acaso nos lo preguntamos y respondemos honestamente? ¿Acaso entrenamos y contrastamos nuestras habilidades para ver en las aguas profundas o más bien tragamos/vomitamos obras sin más?
Comemos el alimento ¿para nutrirnos o para evitar el hambre? ¿O para zamparnos las emociones en la sombra? ¿O para satisfacer la gula sensorial/social? ¿O para sentirnos especiales?
Si cocináramos atentos-as nuestras intenciones ¿cerraríamos la boca? ¿o la abriríamos más grande? ¿Hornearíamos con más mimo y cuidado?
El escritor francés J.C. Guillebaud nos sugiere que la cultura en general y el arte en particular no son “original y antropológicamente ornamentos sobreañadidos”, es decir suplementos de alma que activamos sólo cuando las necesidades vitales están satisfechas.
El arte es constitutivo de lo viviente, lo alimenta. Y parte de la vida es la muerte. Como dice el empresario funebrero del film Despedidas, “Los vivos se comen a los muertos, a menos que sean plantas”. La vida se alimenta de lo que antes estuvo vivo, y digiere lo útil. A lo inservible lo excrementa. ¿Qué muertes transmuta la vitalidad del teatro?
“El escenario es el lugar donde todo lo que es, siempre es otra cosa. El teatro es un mirador donde todo lo que es puede aparecer, pero sólo se reconoce cuando desaparece.” Luis de Tavira (El espectáculo invisible. Paradojas sobre el arte de la actuación).
Alguna vez leí que los alimentos pueden clasificarse según su función: algunos energizan, otros construyen y reparan células y tejidos, otros regulan la fisiología. Continuando con la analogía, podríamos preguntarnos cómo pueden nutrir(nos) las diversas teatralidades que nos rodean, que promovemos, y/o que desoímos.
¿Dónde estarían las calorías energizantes de un espectáculo? ¿En las emociones? ¿Pueden ser calorías vacías, sin nutrientes, similar al azúcar refinado?
¿Dónde se ubicarían las proteínas constructivas y reparadoras? ¿En las preguntas y visiones novedosas que aporta?
¿Dónde encontraríamos las vitaminas y minerales reguladores? ¿En la frescura y la desautomatización de las formas?
“¿Qué es el teatro? ¿Por qué es único? ¿Qué puede hacer que la televisión y el cine no pueden?
Jerzy Grotowski (Hacia un teatro pobre)
El evento teatral, por ser lenguaje escénico, sólo vive en el aquí y el ahora. En esa fugaz convivencia entre artistas y público, conformada por el tejido poético y político de discursos (espacial, corporal, sonoro y verbal), imaginarios y expectativas. Cuando la experiencia alimenta, produce un sentido personal y social, incidiendo en las relaciones de micropoder que tenemos asumidas como incuestionables. Sí, todo teatro es político: el que pone luz (de intención transformadora) y el que afianza lo naturalizado (de intención conservadora), el que reflexiona sobre los condicionamientos externos e internos y el que niega esta dimensión.
El teatro (nutritivo) no es un lenguaje en decadencia, sí en crisis. Crisis porque la inercia de formas y contenidos cruje y pierde público vivo. Crisis que se vuelve oportunidad y experiencia, hilada a la sabiduría humana ancestral, donde las personas podemos volver a vivirnos en lo esencial: el cuerpo, la voz, el grupo humano (tribu), el espacio real y cercano (frente a lo virtual y globalizado).
Volvamos a J. Grotowsky: “Eliminando gradualmente lo que se demostraba como superfluo, encontramos que el teatro puede existir sin maquillaje, sin vestuarios especiales, sin escenografía, sin un espacio separado para la representación (escenario), sin iluminación, sin efectos de sonido, etc. No puede existir sin la relación actor‑espectador en la que se establece la comunicación perceptual, directa y ‘viva’.” ¿Menos es más?
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