Con todos los giros y acontecimientos que se han sucedido en estos últimos días cual montaña rusa a lo Terra Mítica, he tenido más de una vez que virar mis intenciones y cambiar el propósito y el tono de este artículo. En principio me proponía hablar del hace unos días recién nombrado ministro de cultura, el antes mediático y ahora tristemente mediático Màxim Huerta. De esa dudosa “cuota gay” de la que mucha gente, perteneciente en su mayoría al palo que todos sabemos y que en ese momento se acababan de llevar otro palo, proclamaba a los cuatro vientos como la máxima razón de su nombramiento. De ese “ministro instagrammer” bautizado con todo acierto por nuestro compañero Manuel Antonio Velandia, en otro artículo de opinión sobre el tema que podéis encontrar buceando un poco en esta misma sección de opinión.

¿Operación publicitaria? ¿Un pequeño guiño a la actual y denostada (para mí con toda la razón) “cultura de masas”? En principio a mí el hombre me caía bien, y con eso de que no le gustaba el fútbol, para mí tenía muchísimo ganado… pero no obstante y naturalmente, además del hecho de que hubiese escrito un par de libros, sinceramente yo no le veía las armas adecuadas para hacer un ministro de cultura. Y menos de deporte, claro, aunque el hecho de juntar cultura y deporte en un mismo ministerio siempre me haya producido algo bastante de dentera, por ilógico e incluso por antitético. Ya que se vuelve a crear un Ministerio de Cultura (y bendito sea el regreso de algo que nunca se debió ir), tengamos el gesto de hacerlo un poco en serio. Vamos, digo yo.

Junto a todo el nuevo Gobierno, Màxim merecía un punto de confianza, quizá me equivocase o quizá no… ahora nunca lo sabremos, ya que su mandato, en virtud de acontecimientos que a estas alturas ya todos conocemos, no se ha extendido más de seis días. Volviendo a la prehistoria de nuestra transición, este cese fulminante me llevó a recordar aquel apodo con el que Santiago Carrillo, líder del PCE por aquel entonces, bautizó en su momento a nuestro ínclito monarca el padre de Felipe Vl al principio de su reinado: Juan Carlos l El Breve. Maxim El Breve. Maxim… a partir de ahora un enigma, su mandato una distopía.

Y eso que (siempre según los medios) su delito sigue siendo discutido y discutible… como particular, el tema se había arreglado hace ya mucho tiempo, pero en lo político lo que hizo es un acto imperdonable. Y al contrario que otros, (muchísimos) otros, Màxim tuvo la valentía de dimitir, un hecho del todo normal en cualquier democracia europea. En sus propias palabras, para que “La Jauría” no estropeara este ilusionante proyecto de Gobierno. La Jauría, es de ella de quien os quiero hablar ahora.

La Jauría… conglomerado político y mediático formados por aquellos desalojados del poder y por aquellos que nunca lo alcanzaron. Aquellos que en la misma circunstancia nunca, ni una sola vez, dimitieron (quizá porque en ese caso sus bancadas se hubiesen quedado del todo vacías), y aquellos que hoy por hoy  todavía gozan de ése muy dudoso beneficio de la duda que les otorga el simple hecho de no haber gobernado nunca y en virtud de ello no haber podido demostrar todavía que lo pueden hacer mucho peor (o mucho mejor, quien sabe, en estas circunstancias y ante mi total impotencia como ciudadana media, una se obliga a mostrarse desesperadamente optimista).

El juego comienza ahora, acoso y derribo. Porque son maestros en ello, porque lo han demostrado ya muchas veces a lo largo de estos años de extraña democracia en la que la tónica se resume popularmente como un “vamos a votar a quién nos roba durante los próximos 4 años”. Y cuando uno de ellos es desalojado se muestra cual perro rabioso por la pérdida de ése que cree “su territorio”, su coto de caza, su cortijo. Porque quien está ahora en el poder no merece ni existir, son los “otros”. Son “el enemigo” que les ha privado de su potestad y su fuente de ganancias.

La Jauría es lista, sabe sembrar dudas. Por el delito (real o no, demostrado o no) de un integrante del “enemigo”y merced a sus corifeos mediáticos, La Jauría los culpará a todos, culpará al partido, culpará a la organización y sembrará la duda… husmeará y rascará todo lo rascable. El “pecado” de uno se convierte en el pecado de todos.  Sucede a grande y a pequeña escala. En su mezquina megalomanía, La Jauría quiere ser la única, quiere ocupar TODO el territorio de caza. Si no convence a la masa de la criminalidad de su adversario, obstaculizará por todos los medios posibles el trabajo de éste, intentará dejarlo inoperante para así poderlo criticar después. Y esto no sucede sólo a nivel Gobierno, sino a todos los niveles: empresas, deporte, asociaciones rivales… en todas las escalas de la sociedad.

La Jauría siempre es mutable, depende de quién esté en el poder, o de quién obstaculice al más fuerte… ¿Quizá la Jauría seremos todos? No, no quiero pensar eso. Nunca quiero pensar eso, me resisto a llegar a ésa conclusión tan fácil. ¿Pero cómo se puede neutralizar su poder? Honradamente no lo sé. Y mucho menos en esta sociedad, en este país en el que el papel del ciudadano ha sido reducido por la legalidad al de votar cada cuatro años y, aparte de esto, a simple espectador (y damnificado) en esta miserable guerra por el poder…