Supongo que a estas alturas todos estamos cansados de la pandemia, de la guerra, de la inflación, de los debates (si se pueden llamar así) políticos. Hay algo en el ambiente que recuerda episodios de la Historia en que la gente se volvía loca llenando salones de baile, cabarets y restaurantes. Ocurrió también antes de la primera guerra mundial y creo que también en los prolegómenos de la siguiente contienda planetaria. Y ahora como humana, demasiado humana,  reacción ante la desgracia del oficio de vivir en tiempos movedizos, en los que no solo se tambalea el valor de la moneda sino los que algunos llaman, con menor o mayor acierto, “valores”.

Tras la segunda guerra mundial, representantes de las radios y televisiones europeas reunidas en Suiza lanzaron la idea de un gran certamen musical, que tras varios nombres finalmente se ha conocido internacionalmente como Festival de Eurovisión. En él han participado, aunque algunos sin haber ganado, muchos artistas de la primera plana tanto de sus países como mundial. La lista es larga, pero conviene recordar que por parte de España estuvieron nada menos que Julio Iglesias y Raphael y estrellas como Modugno y Battiato por Italia . Aun así, hay quienes se atreven a denostar el certamen calificándolo de “hortera” y “viejo”. Lo último podría ser, ya que el evento figura como el más antiguo emitido sin contar con que es el de mayor audiencia internacional.
El revuelo formado tras la selección de la canción Slo Mo, interpretada por Chanel, llegó a diversos ámbitos incluyendo a los políticos, cómo no. En este país absolutamente todo es motivo de enfrentamiento, discusión, polémica (“debate” dicen algunos, pero es falso porque en ese caso habría un diálogo racional), etc. Por lo tanto, hubo follón antes y también después. En un primer momento se incendiaron las redes sociales insultando a la intérprete, a la que le decían de todo menos bonita. Especialmente los ultras de todo pelaje que recordaban su condición de inmigrante y otras que se rasgaban el manto feminista acusando a la canción de machista o incluso de incitar a la prostitución.
La ganadora en primera instancia permaneció firme ante las críticas y con empeño favoreció que su candidatura creciera y se considerara como posible caballo ganador.
De regreso a casa, con el “bronce” bien ganado, siguieron los majaderos criticando, esta vez al gobierno , acusándolo de hipócrita al felicitar a quien habían cuestionado en un primer momento. Al menos a ella no le ha ocurrido como al atleta Ray Zapata (hispano dominicano) al que de retorno de las Olimpiadas lo menospreciaban por no traer el “oro” y hasta le negaron una hipoteca.
Aclaro aquí que el tema Slo Mo me deja frío. Ni me gusta ese estilo musical ni entiendo la letra, que me parece un batiburrillo en “spanglish”. Tampoco sé muy bien que es el “sugardadismo” del que la acusan algunas ultras. Sobre la figura de la intérprete no me pronuncio, pero pienso que cantar es otra cosa que lo que hace. Aunque lo que hace lo hace muy bien. Yo me quedé en el jazz y la “chanson” y mi preferida en esta edición fue la representante lituana, que viene de esos estilos.
Lo que está claro, para mí, es que Chanel , que no es un perfume ya ni una marca estilística de alta costura, es la prueba del algodón de que no hemos evolucionado hacia una comprensión de ciertos fenómenos culturales y sociales. Que subsiste un odioso racismo retrógrado al lado de progresismos absurdos (véase Pilar Rahola entre muchas furibundas).
Leo en algún digital que la noticia es que la intérprete hispano cubana tiene una hermana menor, que no se dedica a la danza ni al canto sino que estudia para abogada. No veo qué importancia puede tener este vínculo familiar de Chanel ni que se indague si el beso a una de las integrantes de su equipo tiene connotaciones distintas a la de un simple gesto de cariño. Creo que lo peor para esta artista, cuyo campo profesional es la danza y la escena musical, está por venir. Convertida en icono de un estilo triunfante le espera luego lo que este país de todos los demonios (Gil de Biedma me da la licencia para usar su verso) hace no solamente con los eurovisivos, convertirla en juguete roto, en carnaza de medios de entrepierna (que no del corazón) o en participante, o jurado de concursos de talento, como hacen otras “triunfadoras” de la canción nacional.
Dios guarde a Eurovisión y a sus muchos fans. Y que el Diablo olvide a los incautos que se subieron a sus escenarios con la ilusión de ganar el quebradizo micrófono de cristal.