Olga Rodríguez es de esas profesionales del periodismo que asumen el oficio como una verdadera vocación de servicio público. Por eso sus informaciones están forjadas desde el terreno, donde suceden las noticias y no a miles de kilómetros de distancia, hablando con sus protagonistas y palpando el factor humano que late tras cada noticia. Esas convicciones le hicieron abandonar un trabajo fijo en un importante medio de comunicación para lanzarse al incierto mundo de los freelance, lo que le permitió cubrir acontecimientos tan relevantes como las revueltas árabes en 2011 desde Egipto.
Es cofundadora y copropietaria de eldiario.es y ha escrito varios libros de sus experiencias mientras ejercía de corresponsal: ‘Aquí Bagdad. Crónica de una guerra’ (Velecío, 2004), coautora de ‘José Couso, la mirada incómoda’ (2004), ‘El hombre mojado no teme la lluvia’ (2009), ‘Yo muero hoy. La revueltas en el mundo árabe’ (Debate, 2012),o ‘Karama. Las revueltas árabes’ (digital).
La periodista, con una larga experiencia previa como corresponsal en Irak, Afganistán y Oriente Medio, ha trabajado para medios como la SER, Cuatro y CNN+ y ha colaborado con El País, Público, RNE y El Periódico. Su labor periodística, estrechamente ligada a la defensa de los derechos humanos, le ha valido prestigiosos reconocimientos como el Ortega y Gasset (2003), Premio Internacional de la Prensa al Mejor Trabajo Informativo en 2006 o el Pimentel Fonseca en Italia por su defensa de los derechos humanos en 2018.
Olga Rodríguez participó el pasado 6 de junio en un encuentro enmarcado en el ciclo ‘Periodistas y el Mediterráneo’, moderado por Sonia Marco, en la sede de Casa Mediterráneo. Horas antes, la periodista concedió una entrevista a la Revista Casa Mediterráneo que hoy reproducimos en LOBLANC.
Su forma de hacer periodismo está firmemente vinculada a la defensa de los derechos humanos. ¿Puede este compromiso minar en cierto modo la objetividad o al contrario es compatible y necesario en un periodismo de calidad?
Yo creo que incluso es una redundancia. Un periodismo sin ética periodística no puede considerarse periodismo, por lo tanto, éste tiene que tener líneas rojas. Se puede ejercer un periodismo en defensa de los derechos humanos con total objetividad. De hecho, probablemente sería un periodismo sin objetividad aquel que no defendiera los derechos humanos.
Lo que pasa es que hay muchas dinámicas, cada vez más, que nos obstaculizan poder localizar un periodismo de calidad, objetivo y con rigor. En los últimos años se han recortado corresponsalías y enviados especiales en todo el mundo y esto obliga a mucha gente a tener que “informar” de lo que ocurre en un sitio a miles de kilómetros encerrada entre cuatro paredes; y así no se puede realizar un periodismo de calidad. Hay periodistas que están obligados, a falta de poder ser testigos de la realidad de la que están hablando, a ser equidistantes, y la equidistancia es uno de los grandes males de nuestro oficio actualmente. La equidistancia es la que sitúa en el mismo lugar y dando la misma credibilidad al opresor y al oprimido, al criminal y a la víctima.
Siempre pongo el siguiente ejemplo, imaginemos un titular de la Segunda Guerra Mundial que dijera: “El rabino del gueto de Varsovia dice que los nazis están masacrando a los judíos. Goebbels lo niega”. ¿Dónde está la realidad aquí? A menudo vemos este tipo de periodismo equidistante muy alejado de la descripción y de la narración de la realidad. Por eso yo reivindico un periodismo comprometido con la realidad y, por lo tanto, con los derechos humanos.
La crisis en los medios de comunicación y el recorte de la publicidad han traído consigo la reducción de plantillas en las redacciones, lo que ha disminuido el número de corresponsales o enviados especiales a los lugares donde ocurren las noticias, de manera que se abusa de los teletipos de agencias. Pero al mismo tiempo, hay muchos periodistas que se han convertido en freelance y trabajan por su cuenta haciendo un periodismo a pie de calle o creando medios nuevos como el que usted ha fundado ‘eldiario.es’
Efectivamente, la excusa de la crisis no me vale. Es una cuestión de prioridades. Dice David Simon, periodista estadounidense reconvertido en excelente guionista de series de televisión tan estupendas como The Wire, que hay un antes y un después en el periodismo marcado por el momento en el que el poder financiero entra en los medios de comunicación. A partir de ese momento, los directivos, que antes eran periodistas, en muchos casos fueron sustituidos por gerentes procedentes de otros sectores que entendían la información como mera mercancía y no como servicio público. Y estos gerentes decidieron recortar porque venían de un sector que entendía que a mayores recortes mayores beneficios, pero en el periodismo a más recortes menor calidad informativa, y por lo tanto mucha gente dejó de comprar periódicos, lo que evidenció que esos gerentes no entendían nada.
Yo estuve muchos años trabajando en grandes medios de comunicación, en la plantilla de internacional, y cuando me enviaban a un lugar, a lo mejor estaba cubriendo la guerra de Irak o de Afganistán unos dos meses. De la noche a la mañana esto cambió y decidieron que si íbamos a algún sitio sería por tres o cuatro días, sin tiempo para contrastar, para comparar… Era una manera de aparentar que se informaba, más que por informar. Eso me ocurrió por ejemplo en Yemen. Nada más aterrizar en Saná me pedían ya una crónica para la televisión desde el aeropuerto y yo les decía que si queríamos hacer un periodismo honesto no podía decir que estaba pasando esto o lo otro si aún no estaba viendo lo que estaba ocurriendo, porque para eso me quedaba en Madrid y leía un teletipo.
Las agencias de noticias hacen una labor excelente, pero si sólo vemos el mundo a través de las dos grandes agencias de noticias que hacen información internacional (Reuters y AP) todo es un poco orwelliano. Si vemos el mundo sólo a través de dos ojos, dictando lo mismo a todos los medios del mundo, estamos condenados entonces a la uniformidad de la información frente a la multiplicidad de miradas. Ante esto hay gente que decidió salirse de los medios convencionales para poder seguir haciendo lo que antes había hecho desde dentro, y yo soy una de ésas. Me fui motu proprio, no fue una decisión fácil, era renunciar a un contrato indefinido, a un sueldo estupendo… para poder informar sobre otras cosas y gracias a eso, por ejemplo, pude cubrir las revueltas en Egipto en 2011 durante todo un año y de ahí escribí un libro. Todo esto no lo habría podido hacer desde Madrid contando lo que un teletipo me contaba.
Es algo tremendo. El coste económico que le supone a un medio de comunicación, por muy en crisis económica que esté, este tipo de coberturas es mínimo en comparación con lo que se gasta en cosas que no son imprescindibles para una información de calidad. Esto, sin embargo, sí es imprescindible para una información de calidad.
Acerca de las revueltas árabes, llamadas “Primaveras árabes”, en 2011, desde su punto de vista como testigo directo, ¿qué ha quedado de estos movimientos en cuanto a la democratización y los avances en derechos humanos? Parece ser que Túnez es uno de los pocos países donde se han producido mejoras, al contrario que en Siria, Yemen o Libia.
El término “Primaveras árabes” a buena parte de los activistas árabes no les gusta porque consideran que es una expresión procedente de los medios de comunicación occidentales y prefieren el término “revueltas”. Dicho lo cual, evidentemente el resultado ha sido desastroso. Habría que ir analizando país por país porque, por ejemplo, no tiene absolutamente nada que ver lo ocurrido con Egipto, con Siria o con Libia, donde desde el primer momento hubo una intervención militar extranjera. Por lo tanto, aquello se convirtió en un escenario militarizado y bélico, con consecuencias nefastas.
Libia se convirtió en un polvorín, entraron armamento y personas procedentes de diferentes países de la región, de Europa y de Estados Unidos para entrenar a milicianos, y militarizaron todo el Sahel, convirtiéndolo en un polvorín con consecuencias terribles. Una vez más, todas las operaciones militares, con la excusa de liberar a un pueblo, lo único que hacen lamentablemente es traer más violencia, más dolor y el enquistamiento de conflictos. En un mundo utópico, ideal, donde no entraran en juego otros intereses a lo mejor sería estupendo, que nos salváramos los unos a los otros pero ya sabemos que, lamentablemente, detrás de las operaciones militares hay otros intereses. Y en el caso de Siria hemos visto que se ha convertido en un escenario donde están implicados más de cincuenta países por el poder y por la influencia en la región.
El caso de Egipto me parece muy importante, porque es un país clave en la región, por ser uno de los más poblados, donde hubo un antes y un después tras los acuerdos de Camp David con Israel, que supusieron vía libre para este país liberándose del enemigo más molesto que tenía hasta el 79 en la región. Por Egipto pasa el Canal de Suez, de una importancia geoestratégica y económica alta, y por lo tanto un Egipto realmente libre y democrático cambiaría todo el orden regional y por eso se evita. ¿Qué queda en Egipto de las revueltas? No el reguero de muertos de Siria o Libia, aunque también ha habido miles de personas que han perdido la vida, represaliadas por las fuerzas de seguridad, en manifestaciones. Ahora hay activistas muertos, encarcelados, exiliados o amordazados; ésta es la situación actual. Y tremendamente deprimidos, tanto ellos como buena parte de la población que había esperado un cambio.
Su libro ‘El hombre mojado no teme la lluvia’, publicado en 2009 con varias reediciones, muestra las historias de hombres y mujeres, con nombres y apellidos, cuyas vidas reflejan la verdadera tragedia de las guerras y las crisis humanas. ¿El hombre mojado no teme la lluvia porque ya ha sufrido tanto que ha perdido el miedo a las represalias o incluso a la muerte?
Sí, es un refrán iraquí que me dijo una de las personas que aparece en el libro. Pasó por cárceles secretas, torturas y sufrió mucho con la invasión de Irak. Le pregunté si prefería que utilizara otro nombre para referirme a él en el libro para proteger su identidad, porque por aquel entonces aún corría peligro, y me respondió: “Mira, como dice el refrán iraquí ‘El hombre mojado no teme la lluvia’. Yo ya lo he perdido todo, no tengo nada que perder. Así que si quieres pon mi nombre y que me saquen una foto”. Me pareció muy representativo de lo que pasa en muchos países de Oriente Medio.
En los despachos, en el Pentágono y en otros tantos sitios, se utiliza el término “soldados de reemplazo”, como si su vida no valiera nada. “Si los matan, los reemplazamos por otros”, pero lo cierto es que el dolor es irreparable y dura generaciones. Los que deciden qué tipo de operaciones llevar a cabo tienen en cuenta muchos factores, pero se les olvida un factor fundamental, que es el dolor. El dolor explica muchas de las cosas que ocurren en Oriente Medio. Por eso escribí este libro: para contar un montón de cosas que no caben en los medios de comunicación.
Respecto a las crisis de refugiados a raíz de conflictos como el de Siria o Libia, de las hambrunas de África… que huyen hacia Europa a través de Grecia y la región de los Balcanes, usted ha vivido de cerca esta realidad. A pesar de que los medios de comunicación han informado en un determinado momento profusamente de ello, ¿cree que la opinión pública es realmente consciente del sufrimiento de estas personas que viajan en condiciones infames hacia un futuro incierto, que puede depararles acabar en unos recintos equiparables a cárceles? ¿Los medios de comunicación han dejado de tratar este tema por una especie de cansancio informativo?
Hay un concepto un poco perverso de lo que es noticia. Lo que ocurre todos los días no es noticia: si más de mil millones de personas pasan hambre todos los días no es noticia porque ocurre a diario; la desigualdad o la precariedad no son noticia porque suceden del mismo modo, sólo lo son cuando el organismo de turno actualiza los datos. De tal manera que los acontecimientos que ocurren todos los días los convertimos en habituales. Hace cuatro años los medios de comunicación informaban de los refugiados que llegaban a Europa, pero a día de hoy siguen llegando. Esto era una crónica anunciada para todos los que trabajábamos en Oriente Medio, y si lo piensas bien, de una manera directa o indirecta, muchos gobiernos occidentales han participado.
¿Es consciente la gente de hasta qué punto están sufriendo los refugiados? No, pero no eso no es culpa de la gente. La responsabilidad yo siempre la pongo en el periodismo, porque tiene que tener conciencia en todo momento de que es un servicio público. Cuando un editor dice: “Es que esto no interesa a la gente”, es muy cómodo, ya que si tiene verdadera voluntad de apostar por algo, ese tema funciona e interesa.
En Estados Unidos hay un tipo de periodismo muy marcado por la propaganda, pero también se hace un periodismo excelente. Tengo colegas a quienes les dan dos meses para abordar, pongamos como caso, la investigación de las consecuencias de la privatización de las cárceles. Con ello hacen un documental de 60 minutos y luego una pieza con la que abren un informativo. Y quince días antes empiezan a promocionar en prime time la fecha y hora de la difusión de ese documental. No es la típica noticia, pero son temas que van a la raíz de las cosas que nos pasan. Yo creo que se podría hacer una cobertura mucho mejor que la que se ha hecho sobre la situación de los refugiados. Si hacemos un seguimiento de los temas, a la gente claro que le interesa. Pero no se le puede ofrecer algo descontextualizado. Tienes que hacer un seguimiento, porque en caso contrario nadie va a entender absolutamente nada de lo que ocurre.
Como periodistas tenemos la responsabilidad de apostar por todo lo que pasa y por las cosas que cualquier historiador honesto del futuro mencionará para definir nuestro presente.
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