Arrancar la última hoja del calendario siempre es un pretexto válido para renovar los amorosos propósitos de una nueva etapa, de un año que arranca, una vez más, radiante y prometedor. Cada cual tiene sus inquietudes, sus sueños por alcanzar, las infinitas caricias con que abrazarse por fin a esa meta perseguida, tanto tiempo escurridiza. Y las copas de cava, en estas ruidosas fechas, tan inflamadas de cariño y de exagerada amistad, desatan con su armonioso tintineo de cristal noble los lazos de esos nuevos objetivos.
Para algunos, su ansiada e insustituible finalidad será ganar más dinero en el trabajo. Para otros, que sus hijos puedan comer al menos una vez al día. No hay propósito idéntico a otro, cada ser humano es esclavo de sus propias circunstancias. El universo privado de cada persona es singular, y el azar, tirano imprevisible encaramado a la torre, restalla su látigo caprichosamente y sin descanso, haciendo oídos sordos tanto al alborozo como al más desgarrado lamento.
Los representantes de la política también se relamen con sus propósitos de año nuevo. Algunos, incapaces de contener la emoción, imposible soportar la espera, ya se han premiado con el logro de algunos hitos: disminuir el número de violadores en las cárceles para que puedan volver a bañarse alegremente bajo la luz del día, o acercar a repugnantes asesinos a su tierra natal, maniobra sibilina, alevosa y cobarde. Otros fantasean con el encendido deseo —tan cercano ya— de amordazar a los jueces y manipular a su antojo el movimiento acompasado de sus sentencias. Los hay también, torpes como para trazar la o con un bello canuto, que acarician con ansia y narcisismo un extraordinario delirio de grandeza, tan obsesivamente empeñados en trascender mañana como referentes históricos —referentes serán, desde luego, pero de la más alta y patética miseria moral.
Qué le importan al ciudadano de a pie los artificios de esta política chabacana, tan carente de figuras relevantes, si en su pobre mesa apenas hay un trozo de pan. Bastante tiene con abonar el recibo de la luz, o con hacer acopio de víveres. Bastante tiene con vestir a sus hijos, cansados ya de vivir forzosamente entre remiendos. Sus preocupaciones, en muchos casos, no van más allá de su día a día personal. Qué le importa al ciudadano de a pie todo lo demás, si apenas dispone de un minuto para recobrar el aliento. Qué le importa que se resuelva un conflicto militar que tan lejano le resulta. En puntuales arrebatos de vergüenza ajena, el ciudadano se frota las manos pensando que dentro de unos meses castigará a la clase política con su voto, pero cómo sujetar el ánimo vengativo con tan frágiles alambres, si es posible que para entonces lo hayan desahuciado de su vivienda y despojado de su vida.
Pero el ser humano es un animal tozudo que, a pesar de los ríos de negrura, logra poner a flote su optimismo, y ese barquito endeble de su esperanza cabecea feliz ante la emocionante perspectiva de un año que comienza. La hoja nueva del calendario es, en ocasiones, un precioso tintero en que mojar la pluma de sus deseos.