EL OCASO ANTES DEL ALBA

Imaginaos que un militar manco y aficionado a escribir novelas, llamado Miguel de Cervantes, está preso en Argel. Las condiciones de su prisión son inhumanas, aunque aquellos que estén dispuestos a abjurar del cristianismo y hacerse musulmanes, pueden alcanzar inmediatamente la libertad. El imán de la prisión quiere convencerlo de que se convierta en un renegado, pero él se niega y defiende su honor a toda costa. Ha enfermado de gravedad, su vida peligra, pero persiste en su actitud insobornable, más que por fe, por un empeño de dignidad. Su mal se agudiza, pero el imán le niega todo auxilio y don Miguel muere en la más triste de las condiciones… Su futura obra literaria permanecerá inédita. Nunca podremos haber leído el Quijote. Nunca la campesina Aldonza Lorenzo, vulgar moza de El Toboso, podrá ser doña Dulcinea, y así tendrá su ocaso antes incluso de que le llegue el alba. Triste, triste. Nunca sabremos que la más grande obra literaria de todos los tiempos no ha llegado a escribirse nunca. Y sin embargo, no notaremos su falta… ¿O sí? ¿Habrá un vacío metafísico en nuestras conciencias de lector? ¿De alguna manera sospecharemos que un fanático nos ha robado un tesoro de valor incalculable?

A mi lado, otro Miguel agoniza sin las debidas atenciones médicas. Es un humilde cabrero, pero también el mejor poeta de cuantos he leído. Él sí que ha enfermado realmente, y de tuberculosis nada menos, que a estas alturas de 1942, podría curarse con buenos cuidados y medicinas. Pero el sacerdote de esta prisión, padre Vendrell, de acuerdo con el consiliario Almarcha, ha decidido negarle toda ayuda mientras no reniegue de su comunismo y vuelva al redil católico, del que, según ellos, nunca debió apartarse.

No vivirá mucho tiempo. Quizá muera esta misma noche. Hace horas que no le oigo respirar. A su temprana edad ya es autor de una obra extraordinaria; su Elegía, su Niño Yuntero, sus Vientos del Pueblo son monumentos imperecederos, pero… es solo un joven de 32 años. ¿Qué versos encendidos, que obras deslumbrantes podría dar al mundo si se le permitiera vivir muchos años? ¿Llegaría a ser tan famoso como Machado? ¿Ganaría algún día el Premio Nobel? Pero se va a morir en la podredumbre, quizá en el olvido decretado por una Dictadura abyecta, sostenida por criminales y fanáticos, por militares traidores y curas corruptos, y por burgueses adocenados, cobardes y casposos. ¡Malditos sean todos ellos!

Miguel se muere. Y su obra futura morirá antes de nacer. Sus Dulcineas alcanzarán el ocaso antes del alba. Y muy pocos sabrán que nos han robado una obra excelsa, que hemos sido despojados de las poesías más hermosas que nunca conoceremos.
Si yo fuera poeta, en lugar de pobre maestro anarquista condenado a muerte, me esforzaría en escribir una elegía a Miguel y a su obra nonata, una elegía a esta época asesinada, la de una República que guardaba la esperanza de un futuro libre y justo.
Quizá la titularía “El ocaso de Dulcinea”… Quizá.