“Vuelve pronto al paraíso de tus silencios / y róbame el temblor de mis labios. / Vuelve rauda al cobijo de mis letras / y cruza la última puerta que nos separa, / que yo te estaré esperando”.
Carlos Maluenda Gramaje (Monóvar, 1971) empezó a escribir poesía a los catorce años. Se formó en Artes Escénicas en la escuela de Adán Rodríguez y ha participado en diversos montajes teatrales. Además de escritor es rapsoda y actor. Colabora con varias asociaciones y es miembro fundador de la Asociación Cultural El Mundo de Calíope, con la que prepara recitales de poesía, teatro, talleres, cursos y otro tipo de actividades culturales. Escribe artículos y poesía para diversas revistas literarias y culturales. Algunos poemas suyos fueron elegidos para ser recitados en la edición de 2014 de “La Senda del Poeta”, organizada por la Universidad Miguel Hernández, de Elche, con motivo del homenaje a Miguel Hernández. Colaboró en la 1ª Edición de Un Mar Solidario: desde la otra orilla, un proyecto para recaudar dinero en la lucha contra el cáncer. Resultó finalista en el V Certamen Poético Internacional Rima Jotabé (2016). Creador y director del programa poético-musical Do You Know What I Mean?, en Radio Monóvar.
Ha publicado tres libros de poesía: Jirones del Alma (Mistium, 2015), El Valle de las Ánimas (Mistium, 2015) y El Acantilado del Deseo (Olé Libros, 2020).
Carlos Maluenda es un poeta que abarca el amor desde todos los ángulos. Su lirismo desprende las bases fundamentales del romanticismo y consigue atraparnos con la intimidad de aquel que susurra al aire palabras llenas de misterio. Desde Jirones del alma, pasando por El valle de las ánimas, el autor nos muestra la necesidad de la búsqueda, el inicio súbito del amor y esa renuncia que juega con el espíritu en el acto de la entrega. Así, sus tres libros publicados podrían conformar una trilogía que mantiene las mismas características estéticas y avanza en su contenido hasta llegar al más arriesgado acantilado del deseo.
“Cuando la noche se eternice / y un lánguido vacío enturbie tus sueños / el sabor de la nada impregnará tus labios / y entonces recordarás mi nombre. // Cuando en tu lecho veles / y te ahogue en tu pecho un peso / y tu mano encuentre solo tus frías sábanas vacías / entonces recordarás mi nombre. // Cuando tus pupilas no consigan / enfocar más que oscuridad y tinieblas / y tu alma no encuentre esa luz que la calme / entonces recordarás mi nombre; // pero yo ya me habré ido”.
El ser amado quiere rozar las manos del poeta, pero se esfuma con la delicadeza de los sueños. La idealización provoca que la realidad y lo onírico se fundan en una misma unidad sentimental y creen un espacio donde disfrutar de lo intangible. De esta forma, la capacidad sensorial se mistifica para ser el aire que da alas al poema, para dar forma al lenguaje y dar vida a todo aquello que solo existe al nombrarlo.
“¿Cómo debería llamarte? / Eres la voz que calma mis inquietudes, / eres la paz en mis internas batallas, / eres la luz en mis oscuros encierros. // ¿Cómo puedo invitarte a mis sueños? // ¿Qué nombre debería ponerte?”.
La dulzura, el furor y la memoria incandescente del encuentro se entremezclan con un sentir desgarrado que, tras las experiencias, pierde su forma primigenia. Lo sensible se desvanece para quedar en un halo de fascinación. Desde este punto, la recreación de lo vivido es el impulso, la fuerza que nos conmueve y nos hace seguir, el camino en el que hay que arriesgarse cada día.
“Vuelvo en la noche a buscar el camino / que lleve al albergue de tus abrazos. / Veo en tu piel aquel pergamino / en que mis caricias dejaron los trazos. // En tu recuerdo el fulgor de la luna / que marca a mi nave su rumbo exacto. / Hiendo la bruma con la fortuna / de evitar los escollos y salir intacto. / Piso en tus huellas, tras tu perfume, / cercando esos besos que derramaste / y los vierto en el hueco, aunque rezume, / que dejó el corazón que tú te llevaste. // Alcanzo tus labios ya desvalido, / los rozo y desplomo mi cuerpo exhausto, / que fenece en el suelo agradecido / de entregarse por ti hasta al holocausto”.
El tiempo y la conciencia de eternidad hacen que las uniones se refuercen y vaguen por un espacio infinito. Alma y cuerpo se enternecen ante el amor filial, se resisten ante la muerte, ante los precipicios oscuros de la pérdida. La incomprensión, el desvelo, los golpes, nos acompañan en la senda que sigue a pesar de todo.
“No existe el aliento; no hay desagravios / que cierren la herida atroz y funesta, / pues han cercenado la voz de tus labios. // Odioso el destino que ha despojado / a este tiempo del riego de tu sonrisa / y al respirar tu ausencia nos ha envenenado. // Mi puño se cierra y con ira protesta / gritando a los cielos que me den razones; / un letal silencio tengo por respuesta”.
Carlos Maluenda nos invita a dar un salto al vacío; a tomar conciencia de las vicisitudes de la vida y todo lo incierto que nos acompaña en este tránsito. Comparte, como diría Bécquer, “la centella inflamada que brota al choque del sentimiento y la pasión”. Su espíritu quiere lanzarse por el precipicio del deseo, de los sueños, para encontrar su esencia. Dice en el poema que da nombre al libro: “El miedo no es suficiente / para frenar la imprudencia / y abriendo las manos / dejamos caer nuestros cuerpos / por el acantilado del deseo”. De esta manera, la reflexión sobre lo que nos hace seguir, a pesar de las heridas, acompaña esta lectura. “Vivir importa más que tener una larga vida”. Seamos intensidad, seamos poesía. Leamos.
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