Hace un par de semanas volví a ver por enésima vez la película Los puentes de Madison y confieso que volvería a poder hacerlo algunas veces más, pero en esta ocasión una amiga que aprecio me recomendó que leyera la novela y así lo hice, fui inmediatamente a la biblioteca para que me lo prestarán.

Hoy tengo doblemente la película de mi vida (al menos una de ellas) pero también el libro de mi vida, porque me parecen ambas obras una propuesta para no perderse que habla de algo esencial como es el amor, de esos que resultan inesperados y que por tanto te rompen el ritmo.

Los puentes de Madison  es una novela y una película que dirigió Clint Eastwood e interpretada por el propio Eastwood junto a Meryl Streep.   El guion, lo escribió acertadamente Richard LaGravenese, como adaptación de la novela homónima de Robert James Waller que explora sobre la relación intensa entre Francesca, ama de casa y Robert Kincaid, fotógrafo.

La historia sucede en 1965, en Iowa. Relata la historia de Francesca Johnson, una solitaria ama de casa del Medio Oeste, nacida en la ciudad de Bari (Italia). Francesca se había casado con un soldado estadounidense destinado en Italia. Mientras su esposo e hijos se encuentran fuera, en la Feria del Estado de Illinois, conoce a un fotógrafo, Robert Kincaid, que ha llegado al condado de Madison (Iowa) para realizar una serie fotográfica sobre los puentes cubiertos de la zona para National Geographic, y se enamoran.

El crítico de cine Carlos Boyero señalaba en una entrevista que siempre me hace llorar la secuencia del semáforo y la he visto muchas veces. Es una de las pocas veces en las que el cine me ha mostrado la auténtica sexualidad de una mujer. Es terrible la decisión de Meryl Streep de seguir con su marido y con su familia, de guardar como un tesoro en la memoria esos días y esa plenitud del amor. Qué pena me da Eastwood, él tendrá que envejecer sin nadie al lado, sólo con sus fotografías y el recuerdo lacerante de un amor tan grande que duró tan poco”.

El libro Los puentes de Madison County su autor se lo dedica a los Peregrinos, motivo que se resuelve leyendo el libro con la justificación de la simbología del camino y de los peregrinos.

El fotógrafo Robert Kincaid llega al pueblo porque tiene que realizar un trabajo sobre los siete puentes cubiertos de la zona. Los seis primeros los tenía identificados en el mapa pero no lograba localizar el séptimo y es cuando llega a la casa de Francesca Johnson y le pregunta sobre este puente.

Hasta leer la novela no supe que cada puente tenía su nombre y es cuando descubro que el puente principal se llamaba Roserman Bridge y otros dos que se denominaban Cedar Bridge o Hogback Bridge y este detalle no se descubre en la película que solo asumes el concepto general de Puente de Madison.

Su primera cena juntos fue en la cocina de Francesca que fue un guiso de verduras preparado lentamente y que olía a tranquilidad con un montón de historias divertidas e inesperadas. Después él le propone pasear porque hacía una noche muy agradable. Cuando se despidieron ella tuvo la necesidad de volver al puente principal y  dejarle una nota para que lo leyera al día siguiente cuando fuera a fotografiarlo: “Si quieras cenar otra vez cuando las mariposas nocturnas estén en cielo, ven esta noche al terminar. A la hora que desees”.

Él era un hombre como el viento y se movía como el viento. Que venía del viento, tal vez.

De Robert Kincaid, y lo descubrí en la novela, supe la importancia que tiene la poesía. A veces, el escribía poesía y encontraba la poesía en las imágenes fotográficas que realizaba. En aquel lugar, las mujeres les pedían a los hombres que fueran poetas y, a la vez, amantes impulsivos y apasionados. Casi todo lo que tenía que ver con Robert le había empezado a parecer a ella erótico. En el cierre del libro, el músico John Nigthawk Cummings dice que el fotógrafo era un poeta cuando hablaba de Francesca. Dada la amistad que se fragua, el músico le dedica un tema en unos de sus conciertos que se llama “Francesca”. Ella le dice, “llévame a alguna parte donde hayas estado, en otro lugar del mundo”.

Aunque ella había reconocido que hay buena gente en el pueblo, pero no es lo que ella había soñado cuando era joven. No tenía la sensación de estar haciendo algo malo, nada que no pudiera contarle a sus hijos que finalmente lo hace. Todo lo que sabía de si misma desapareció.  Francesca decide una de las noches confesarle sobre su maldito sentido de la responsabilidad que tenía hacia su marido y sus hijos y que le impedía emprender un camino amoroso con él. Ella también le señala en esa conversación que “en cierta extraña forma tú me posees. Yo no deseaba que me poseyeran, no lo necesitaba, y sé que tú no te lo propusiste, pero eso es lo que ha sucedido. Ya no estoy sentada a tu lado, aquí, sobre la hierba. Me tienes dentro de ti, como una prisionera voluntaria”. Cuánto hubiera cambiado nuestras vidas si hubiera obedecido a mis impulsos. A partir de ahí es cuando él le dice “en realidad no estamos dentro de otro ser. Somos ese ser. Los dos nos hemos perdido a nosotros mismos y hemos creado otra cosa, algo que solo existe como la unión de nosotros dos”.

Ella concluye que no sé si vamos a poder concentrar toda nuestra vida entre hoy y el viernes. No quiero necesitarte porque no puedo tenerte.

Él tiene la sensación de que todas las fotos que ha hecho le han llevado aquí para estar con ella, le dice.

Hay un par de cosas, a priori, que me gustan más en la novela. La primera es que en la obra escrita mantienes una estabilidad constante que en la película, lógicamente, se interfiere especialmente por los efectos de música o visuales que te obligan a estar en guardia. Y por otro lado, leer las cartas que se envían que lo haces desde la tranquilidad sin perder detalles como puede ocurrir en la película.

Una carta de Robert y otra de Francesca.

La carta de Robert con explicaciones finales a Francesca.

Esta carta escrita en vida, la recibe Francesca cuando Robert fallece. El le cuenta su situación profesional actual tras dejar National Geographic, que tiene un perro que le ha llamado Camino. Le dice que lo recuerda todo. Tu olor, tu sabor a verano. La sensación de tu piel contra la mía, tus susurros cuando te amaba.

La carta de Francesca la dirige a sus hijos Michel y Carolyn.

Francesca Johnson murió de forma natural en 1989, tenía sesenta y nueve años. Decide poner las cosas en orden y considera contarles algo muy importante a sus hijos. Les cuenta por tantos su historia ocultada con Robert Kincaid alguien con quien estuvo indisolublemente unida siempre. Les pide a sus hijos un respeto a su figura y quizá su amor también.

Estas cartas me parecen esenciales en la novela.