Me agobia y me produce urticaria constatar día a día ese auge tan de moda actualmente de la ignorancia y el desprecio a la cultura y al libre pensamiento que se respira de forma asfixiante en todos los ambientes y contextos sociales, un carro al que ahora se apuntan de forma oportunista e intentan además legitimarse ciertos “salvapatrias” por todos conocidos, jaleados por otros especímenes antropológicos con tribuna en los mass media.

Estoy segura de que lo habréis oído 1000 veces: “Yo no tengo estudios”, “Mi cultura es la del hombre de la calle”, “Yo no leo, pero me mato todos los días a trabajar y sé muy bien lo que necesita este país”, “Eso de los derechos humanos es adoctrinamiento progresista”, etc etc. Pura cultura de barra en busca de legitimidad y réditos políticos… pues no, gente que me leéis. La ignorancia es una carencia muy grande, y la presunción de ella una estupidez, y muy peligrosa. Y en política, la mayor irresponsabilidad. Pero es mucho más fácil hacer bandera de tu carencia que intentar remediarla, ¿Verdad? Sobre todo, cuando te diriges a un público que se identifica del todo con ella.

Este estado de cosas se veía venir hace ya tiempo y nadie ha hecho nada para impedirlo, más bien se ha fomentado. Desde la decadencia y fragmentación de los sucesivos sistemas y leyes de Educación que llevamos sufriendo desde que comenzó aquella transición pretendidamente democrática y que han conllevado la estigmatización de la cultura del esfuerzo y el conocimiento, hasta primero la permisividad y después la promoción de la basura cultural autóctona e importada con la que nos ahogan a diario las redes y demás medios de desinformación.

¿Cual es el resultado de todo esto? Muy fácil: la creación de una masa ciudadana dócil y acrítica, sin valores, desinformada e ignorante, desorientada y conformista, sólo dispuesta a luchar por esas “causas” banales con las que tranquilizan sus adormecidas conciencias y hacia las que se les “orienta” desde esta misma desinformación, pero nunca dispuesta a luchar globalmente por ella misma, mientras vemos cómo se nos roba y recortan derechos a diario, todo ello muy a la luz del día porque saben que no tienen nada que temer. Una perfecta y muy antigua maniobra de distracción, esa estrategia del pan y circo de la que tan bien el sistema ha tomado nota y utilizan nuestros poderes fácticos desde hace ya mucho tiempo con esa masa privada de saber, y consiguientemente muy fácil de engañar.

El auge actual de esos “salvapatrias”, aplaudidos y seguidos por una parte de esa masa alienada de la que os hablo no es sino un síntoma de ese clima de ignorancia cultivado tan alegremente por los estamentos sociales y políticos durante tantos años. Un cáncer social que ha visto su oportunidad en esa ciudadanía convertida en chusma atemorizada y despojada de todo sentido crítico y que sólo sabe velar egoístamente por sus propios y pretendidos intereses individuales, aunque esto signifique recortar sus propios derechos y pasar por encima de otros sectores sociales menos favorecidos y señalados por estos farsantes como “culpables” de su situación. Por esos mismos que pretenden encaramarse al poder agitando una bandera como solución de todo mal.

Banderas…son ésos que reparten carnets de pretendida «españolidad» y no otros quienes a diario se suenan los mocos con la nuestra y la ensucian arrastrándola por el barro, convirtiéndola en ese trapo y caricatura de lo que es y debería ser. Es de vergüenza tener que recordar a estas alturas que la bandera de España nos representa a todos los españoles, no a ese siniestro sector que la mantiene secuestrada desde hace ya varias generaciones y que le ha causado a nuestro símbolo más daño que nadie en toda la historia de nuestro país. Y de rebote, al propio país. Hasta el punto de que a una inmensa mayoría os resulta aún raro escribir o pronunciar, incluso leer en este texto, la propia palabra “España”.

Me preocupa y mucho, vivir en un país en el que cada día se ensalza la ignorancia y se desprecia y estigmatiza el conocimiento, precisamente el único bien que de verdad nos convierte en ciudadanos libres y nos hace progresar. Me preocupa y también me avergüenza.