En junio de 1981, el suplemento de Fogueres del diario La Verdad recogía en una sola página, sin firma y bajo el título “Dolçainers en la fiesta”, una pequeña y melancólica entrevista a Pascual Izquierdo, dolçainer de Agost. En la entradilla el periodista escribía: “Las bandas de música estos días no se conceden ni un minuto de descanso para que sus aires musicales lleguen a todos los rincones de la ciudad. Pero junto a las bandas de música hay también otros músicos que, aislados o en grupos muy reducidos, ponen la nota musical en la calle. Son los dolçainers tan tradicionales, por otra parte, en toda la geografía del País Valenciano”.

El veterano dolçainer agostense, con treinta y cinco años de experiencia, casi desde la infancia, había sido contratado por la Comisión Gestora de Fogueres desde 1966 para poner música a dianas, pasacalles, cucañas, carreras de sacos, danzas… durante más de cinco horas diarias. “En toda la provincia apenas hay cinco o seis dolçainers –declaraba Izquierdo–. Al ser tan pocos, estamos muy solicitados. Cuando viene el tiempo de las fiestas te llaman de diez sitios al mismo tiempo y solo se puede ir a uno”.

¿Solamente cinco o seis dolçainers en todas las comarcas alicantinas? El Capgrós, de Petrer; el Vendedor-que-no-molesta, de Alacant; los hermanos Boronat, de Callosa d’En Sarriá; otro de Beniel, el Tibero… ¿Hasta ese punto se habían perdido la esperanza en una tierra de músicos como la nuestra? Y el dolçainer, como músico autodidacta acostumbrado a la soledad en la larga noche del franquismo, se lamentaba: “Los jóvenes no quieren aprender, porque es muy duro y sacrificado. En Alicante los dolçainers son prácticamente una especie a extinguir porque aquí no hay sitios donde aprender como en Valencia, donde la dolçaina se estudia en el conservatorio. Y claro, los jóvenes no aprenden”.

Pero el curtido dolçainer no estaba solo. Aquel 1981 le acompañaban tres jóvenes en mangas de camisa blanca y dolçaina en ristre; todos de la comarca de l’Alacantí, pero uno de ellos llamado Lluís Avellà i Reus, que no había cumplido todavía los veintiún años, era natural de la ciudad de Alicante, donde el menfotismo trata siempre de extinguir cualquier fuego.

“Vaig nàixer el 1960 al carrer Sant Telmo –me contó Lluís una vez–, a una pensió on anaba la gent a tindre fills. No sé ara, però fins fa poc baix d’eixa pensió hi havia un pub anomenat ‘Xaramita’. De ben xicotet sempre anava derrere dels xaramiters, a escoltar-los, a les festes del Raval Roig. Esperava els germans Boronat en la cantonada del meu carrer, al passeig de Ramiro, i els seguia a totes parts”.

Aquella instantánea de hace cuatro décadas, que ilustraba la entrevista con Izquierdo, muestra al joven estudiante Avellà, con barba de tres días, gafas oscuras, gesto prudente y decidido, tenaz, respetuoso; con la emoción de saber que, tras aquel instrumento,  tras la dolçaina, estaban en juego mucho más que la música: estaba la memoria colectiva de nuestra ciudad en un mundo cambiante de pachangas y guitarras eléctricas; la música tradicional en Alicante, tras años de abandono provinciano y nacional-folklorismo; las señas de identidad, la vigencia del idioma de nuestros abuelos… A veces, en una transición, cuando lo nuevo no acababa de nacer y lo viejo terminaba de morir, mientras creemos que agoniza una manera autoritaria de entender la vida, un pequeño gesto, una pretensión sencilla, un objeto musical tan diminuto como una dolçaina, puede tener tanta importancia como las reivindicaciones más universales.

Lluís Avellà iba a convertirse con el tiempo en un promotor fundamental de la dolçaina en las comarcas del sur, motor de sucesivas collas desde 1979, profesor de dolçaina en los cursos municipales de Aula Abierta, creador de la Escuela de Música Tradicional, maestro de gran parte de los dolçainers de la ciudad de Alicante surgidos en las últimas décadas y de los que tomarán el relevo en el inmediato futuro.

Durante la transición democrática, Avellà siempre estuvo en la movida alternativa de les Fogueres de Sant Joan. En 1978, en la primera barraca abierta de Alicante, Arribar i Pouar (de la que fui presidente por el mero hecho de ser el único que había cumplido los dieciocho años), Lluís contactó con el gran dolçainer Joan Blasco, maestro de la Escuela Municipal de Valencia, a través de su hijo Lluís Blasco y de su alumno Paco de Montolivet, quienes actuaron en la barraca. En 1979, comenzó a tocar la dolçaina de manera autodidacta en los Pous de Garrigós, gracias a que la foguera del Pont, de que era miembro, le dejó el local. Inmediatamente, junto a su hermano Toni i a Miguel Lizón montó la colla Postiguet, en cuyo nacimiento participaban otras gentes vinculadas a la música y a la fiesta: Juanito, Antonio, Rafa…

En cuanto se marchó a estudiar a la universidad de Valencia, se matriculó en la Escuela Municipal dependiente del Conservatorio José Iturbe. Cursó tres años de dolçaina, dio conciertos junto al maestro Blasco y participó en numerosas actuaciones a lo largo del País Valenciano, desde los primeros Aplecs de Tales, a los que asistían cuatro gatos, hasta el de Alfarp, de 1980, donde ya participaron nuevos dolçainers, que habían acabado sus estudios con Blasco, y, en cuanto regresaron a sus pueblos, dispersaron la cosecha de una nueva generación de dolçainers con formación musical académica.

Lluís Avellà

Aquel 1981, cuando en la provincia de Alicante actuaban apenas media docena de dolçainers, se produjo un encuentro paradigmático: el IV Aplec de Dolçainers del País Valencia, celebrado en Callosa d’En Sarriá. A los pocos dolçainers tradicionales que quedaban en activo, se sumaron numerosas collas de nuevos instrumentistas. El Aplec  de Callosa había sido organizado por Lluís Avellà y otros miembros de la colla Postiguet, ayudados por Eliseu García, de la recién creada colla El Terròs, de Petrer, y con apoyo de la corporación municipal. En aquel encuentro fundamental, con Avellà al frente, pudo escucharse a la colla Postiguet, la única que existía entonces en la ciudad de Alicante. Después de un largo camino, llegarían San Blas, Sant Antoni, el fuego de la Colla de Dimonis La Ceba, la Escuela de Música tradicional, Benacantil, Arrels, el Cocó… La pasión y la vida. La manta al coll, A la llum de les fogueres, la Moixaranga… Nuestra música emocionante. Porque el peligro de extinción fue superado con tenacidad y lealtad a la dolçaina; con el placer de la música y la dureza de su aprendizaje, con la dignificación de este instrumento imprescindible.

Con Lluís Avellà y otros jóvenes músicos de su generación, en las comarcas del sur, la dolçaina pasó de ser un instrumento musical complementario, menor, a desfilar en la Fiesta junto a las bandas de música, a viajar por Europa y dar conciertos en Francia, Italia, Marruecos… De estar reducidos a su expresión más popular, los nuevos dolçainers han estudiado en los conservatorios, graban discos (esa maravilla Somnis d’Aixa), introducen la dolçaina en la música culta (ahí está el magnífico grupo Ternari, creado en 2002 por los dolçainers Eliseu Garcia y Silvestre Navarro, con el organista Francesc Xavier Gonzálvez), en el jazz (basta reseñar la experiencia de Dolç Tab Jazz Project), en los temas de baile o en las bandas sonoras para películas (¡Qué decir de esa emocionante versión de Tabarka, interpretada por Rafael Contreras y Eva Ortiz, según la partitura de Luis Ivars!). Hoy, las collas de dolçainers i tabaleters de la ciudad de Alacant se han normalizado, se renuevan y diversifican; incluso llegaron a federarse con los grupos de baile tradicional de la ciudad y crearon la Federación de Folkore d’Alacant.

Los dolçainers alicantinos, que ahora rondan los sesenta años, tomaron el relevo de aquellos músicos resistentes, autodidactas, que aprendieron de sus padres y que supieron mantener un instrumento musical único, de raíces profundas en nuestra tierra. Como escribí para el disco Somnis d’Aixa, hace ahora veintitres años, se ha cumplido un sueño de música y de memoria. “Açí tenim la bellesa feta realitat, el so viu del poble creador, arrelat a la nostra terra”. Los dolçainers d’Alacant cogen la melodía de la vida y la hacen futuro. Aquí reside el milagro. Música para hacernos más felices, más nosotros mismos, con la emoción de ser pueblo. Dicen que Lluís se marchó para siempre con apenas cincuenta años. Sin embargo, una década después sigue en nosotros, más presente que nunca. Cada vez que escuchemos La Moixaranga, y ciertos compases del Himno de Riego envueltos en La manta al coll, muchos recordaremos la deuda de gratitud que nuestra ciudad y nuestra generación tiene con Lluís Avellà.

Homenaje a Lluís Avellà. Sala Rafael Altamira en la Sede de Alicante el día 18/03/2021  

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