En este mes de mayo, «Mujeres que nos escriben» recibe la carta de una mujer activa y vital, que guarda la memoria de sus ascendientes y al mismo tiempo mira al futuro. Tuve ocasión de asistir recientemente a la presentación de su último libro, “No te suelto la mano”, en el Casino de Almoradí. Fue un acto apoyado por El Cantarano, como resaltó Gregorio Canales, director de la Cátedra Loaces, que hizo la presentación junto a la profesora y comunicadora Asunción Gómez. El enorme salón estaba repleto de personas que conocían y querían a la autora, que se sentían identificadas de algún modo con lo que contaba. Poco voy a contar yo para presentarla, porque la carta que nos envía es la mejor presentación. Solo recordar que ella se autodefine como «maestra de vocación y escritora de corazón».
Concluyo este mínimo preámbulo con el párrafo que cierra mi reseña de su libro en El Cantarano: «En el breve Epílogo la autora hace algunas reflexiones sobre la condición de la mujer y cómo las vidas de las mujeres han evolucionado a mejor. Pero para cerrar esta lectura compartida, me quedo con una frase de lo que era antaño la vida, frase que no me resisto a trascribir: «Nadie tenía prisa, y lo que más se valoraba era el tiempo que pasabas con tus seres queridos, ya fueran parte de tu familia o parte de tus amigos».
Querida Consuelo:
Yo soy una mujer a la que la vida le ha dado una segunda oportunidad y no voy a desaprovecharla. La segunda oportunidad para vivir mi pasión, que es la escritura. Desde muy pequeña me gustaba escribir, yo era una niña muy nerviosa, hiperactiva se diría ahora, y me costaba estar quieta. Sin embargo, cuando escribía me relajaba. Empecé mi primer diario a los diez años, un librito que habíamos fabricado en el colegio nosotras mismas, una oportunidad de expresarme con libertad en aquel mundo de silencios infantiles. Pero un día descubrí que mi hermana lo leía, y me sentí tan herida en mi intimidad que sin pensarlo dos veces, y haciendo gala de mi impulsividad fui a un descampado y lo quemé.
El tiempo pasaba, y llegó la melancolía de la adolescencia. Recuerdo que me escondía en los rincones del Jardín Botánico para escribir pequeñas poesías que se perdieron en el océano de la vida. Hasta que fui a la universidad y estando en el primer curso de Magisterio me dicen mis compañeros que hay un concurso de poesía, que me presente, pues ellos sabían que me gustaba escribir. Y cuál fue mi sorpresa cuando vi que había ganado el primer premio.
Después me enamoré (un amor “complicado”), me casé y preparé oposiciones. Tuve cuatro hijos que crié yo sola. Así que, entre el trabajo y la crianza, mi pasión por la escritura quedó olvidada en un rincón del corazón. Pero como la vida a veces te da otra ocasión, a mí me la dio en mi club de lectura. Un día apareció por allí un profesor y escritor de la Consejería de Cultura de Murcia y se interesó por lo que yo estaba escribiendo para editarlo dentro de una colección de novela corta de mujeres escritoras que se llamaba “Sustantivas”. Así se publicó mi primera novela: “Memorias de un culo inquieto”.
A partir de ese momento ya no me importaba ni la edad ni las circunstancias, estaba dispuesta a escuchar a mi corazón. Y me apunté a una Escuela de Escritores durante dos años. Trabajé incansablemente escribiendo y aprendiendo hasta que me atreví a escribir mi primera novela larga. Y es de esta de la que os quiero hablar.
“No te suelto la mano” cuenta la vida de mi madre desde que nace en junio de mil novecientos treinta y seis (poco antes de empezar la guerra civil española) hasta que cumple los dieciocho años. Empecé a escribirla para meterme en la piel de mi madre y poder hacer las paces con ella. Era una mujer muy difícil, incomprensible para mí la mayoría de las veces. Me hizo sufrir mucho, pero gracias a este libro he sido capaz de comprenderla y perdonarla.
Está escrito a tres voces, tres mujeres de tres generaciones. Primero hablo yo, después mi abuela y por último mi madre. Cuenta las vivencias de una familia de Almoradí, en plena guerra y postguerra a través del sentir de las mujeres. Y precisamente a través de ellas he reflexionado sobre el sufrimiento infructuoso que traen las guerras, que dejan una huella genética en varias generaciones y que al final tanto dolor es solo por las ansias de poder y riqueza de unos pocos.
Espero que este libro aporte su testimonio a las nuevas generaciones. Gracias por difundirlo.
Un abrazo,
Ana Luisa
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